La frontera es un tema álgido en muchos aspectos bastante conocidos e informados, pero más allá de eso también existe una parte humana quizás un poco olvidada: Los agentes fronterizos, quienes también sufren y padecen en silencio las consecuencias de los hechos.
El portal de noticias Infobae publicó un reportaje realizado a agentes y exagentes en Texas, California y Arizona, donde cada uno, en su mayoría bajo el anonimato, contaron sus penurias, sus vivencias y hasta sus sufrimientos.
Un agente de la Patrulla Fronteriza en Tucson, que prefirió no identificarse, compartió su testimonio. “Vendido” y “asesino de niños” son algunos de los calificativos que recibe.
En El Paso, él y sus colegas evitan comer juntos cuando llevan uniforme excepto en algunos restaurantes “amigables” con la Patrulla Fronteriza, debido a que “siempre existe la posibilidad de que escupan la comida”.
Encarcelar a la gente por una actividad no violenta es un hecho que carcome por dentro a muchos agentes, a tal punto que algunos han decidido renunciar por la frustración, aseguraron algunos uniformados.

Durante décadas, los agentes de la Patrulla Fronteriza fueron una fuerza de seguridad que pasaba mayormente inadvertida. A lo largo de la frontera suroeste, su trabajo era polvoriento y solitario.
Entre persecuciones impulsadas por la adrenalina, las cáscaras de las semillas de girasol se apilaban afuera de las ventanas de sus camionetas pick-up inmóviles. Su especialidad era conocida como “guardarse”, lo cual significaba ocultarse en el desierto y los arbustos durante horas, esperando y observando, sin hacer nada más.
Hace dos años, cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llegó a la Casa Blanca con la promesa de cerrar la puerta a la inmigración ilegal, todo cambió. Casi 20 mil agentes de la Patrulla Fronteriza se convirtieron en la vanguardia de las medidas enérgicas más agresivas que se hayan impuesto contra los migrantes.
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Para muchos agentes , tal como es el caso de Susan Zepeda, del sector El Centro en California, esto se “ha convertido en un trabajo más estresante”.
La principal labor de la Patrulla Fronteriza se transformó en bloquear y detener a cientos de miles de familias migrantes que huían de la violencia y la pobreza extrema, escoltar a miles de personas a tiendas de campaña y recintos parecidos a jaulas, separar a los niños de sus padres y enviar a estos últimos a prisión e identificar a quienes estaban demasiado enfermos para sobrevivir al calor en los centros de procesamiento hacinados en toda la frontera sur.
“Nosotros como agentes estamos viviendo la crisis”, aseguró Anthony García, agente de la Patrulla Fronteriza en el sur de California desde 2003.
La Patrulla Fronteriza, cuyos agentes han pasado de tener los trabajos menos visibles dentro de la gama de autoridades encargadas de hacer cumplir la ley a uno de los más odiados, está pasando por una crisis tanto en lo que respecta a su misión como a su moral.

Los agentes crearon un grupo privado de Facebook en el que se referían con palabras crueles y sexistas a los migrantes y los políticos que los apoyan. Las publicaciones, que recientemente salieron a la luz, reforzaron la percepción de que los agentes suelen ver a la gente vulnerable a su cuidado con una mezcla de frustración y menosprecio.
“Las intensas críticas dirigidas a la Patrulla Fronteriza son necesarias e importantes porque pienso que existe una cultura de crueldad o insensibilidad”, comentó Francisco Cantú, un exagente, autor de The Line Becomes a River, un libro de memorias sobre su etapa en la agencia de 2008 a 2012.
En El Paso y otras comunidades fronterizas, convertirse en un agente ha sido visto desde siempre como un boleto a la clase media. Un agente recién llegado con un diploma de bachillerato sin experiencia alguna puede esperar ganar 55 mil 800 dólares al año, incluido el tiempo extra, y ese monto puede aumentar a 100 mil dólares en tan solo cuatro años.
Terminología racista
La Patrulla Fronteriza ha tolerado sin decir nada la terminología racista para referirse a los migrantes que muchos consideran ofensiva. Algunos agentes se refieren a estos como “mojados”, o “toncs”.
Jenn Budd, una exagente, detalló que un supervisor de la Patrulla Fronteriza en California explicó que era “tonc”. “Es el sonido que hace una linterna cuando se usa para golpear a un migrante en la cabeza”.
Detrás de cada uniforme de la Patrulla Fronteriza existe una historia, anécdotas y presiones internas que muchas veces prefieren callar o contar bajo el anonimato.