El uso de la ketamina, un anestésico y también una droga psicodélica, despegó durante la pandemia en Estados Unidos como tratamiento autoadministrado para personas con depresión, a pesar del escepticismo sobre su eficacia y la falta de conocimiento sobre los riesgos a largo plazo.
La ketamina ya se usaba en Estados Unidos para tratar la depresión, la ansiedad y el dolor crónico, pero los pacientes tenían que acudir personalmente al hospital para recibirla de forma intravenosa.
Durante la pandemia, las restricciones sanitarias llevaron a las autoridades a permitir que los médicos recetaran medicamentos a distancia, incluido este psicotrópico de mala reputación.
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Las empresas, algunas de las cuales ya realizaban tratamientos en clínicas, comenzaron a ofrecer evaluaciones remotas y el envío de medicamentos para uso en el hogar a pacientes considerados aptos.
Pero a algunos expertos favorables a la ketamina les preocupa que este auge no regulado pueda conducir a incidentes que luego lleven a las autoridades a dar marcha atrás con la autorización. Porque los estudios sobre el impacto médico de este fármaco a largo plazo son escasos.
La ketamina es un anestésico llamado “disociativo” por sus efectos alucinógenos, que también lo han convertido en una droga popular en las fiestas rave.
Otros psicodélicos como el LSD y el MDMA (también conocido como éxtasis) no están clasificados para uso médico e imponen un alto riesgo de abuso, aunque suscitan un renovado interés por su potencial para la salud mental.