El magistrado John Roberts, presidente del Tribunal Supremo, quien por mandato legal juega el rol de “fiel de ocasión” para dirimir posibles “atascos” en medio de un juicio político al Presidente, pondrá a prueba una máxima personal en materia tribunalicia que expresa que los jueces en los procesos deben simplemente cantar “bolas y strikes”.
Los observadores de agudo sentido creen que el letrado está a punto de descubrir de primera mano que mientras el Tribunal Supremo y el Senado se sientan en bloques adyacentes de la ciudad de Washington, las dos instituciones ocupan mundos separados.
Aunque todo el peso del juicio político junto a su decisiones solo son de la competencia de los senadores y ellos los facultados para canalizar decisiones a través de los mecanismos parlamentarios, la figura del presidente del Tribunal de Justicia reviste mucha importancia, aún más cuando la cosa a juzgarse está tan bañada de polarización partidista.
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En busca de luces que nos ayuden a comprender el desafío en el que esta “incurso” el abogado John Roberts, quien ayer tomó juramento en el Senado como un “attorney” más igual a los que él hace levantar la mano, acudimos a un trabajo realizado por John Kruzel, con la colaboración de Jordain Carney, ambos parte del staff de The Hill.
John Kruzel es un abogado y comunicador social experto en temas de la Corte Suprema y reportero de asuntos legales quien ha prestado sus servicios para varios medios en los Estados Unidos y se ha granjeado una fama de periodista agudo.
El rol de John Roberts
De acuerdo al ensayo periodístico la Constitución otorga al Senado “el único poder de juzgar todos los juicios de destitución” y asigna al presidente del Tribunal Supremo el papel de presidente cuando el presidente está siendo juzgado. Pero la Constitución guarda silencio sobre la mecánica real del juicio, “lo que plantea interrogantes sobre si el apacible jurista de 64 años desempeñará un papel mayormente ceremonial en la supervisión del juicio o si se verá arrastrado a la lucha política y obligado a tomar decisiones consecuentes”, escribió Kruzel.
Es menester precisar que la historia entre el presidente Trump y quien encabeza la más alta corte de la nación, ha sido difícil, y existen evidencias de palabras altisonantes que ha profesado el mandatario en contra de quien ha fallado en detrimento de políticas que han querido ser impuestas desde la Casa Blanca.
Según las opiniones esculcadas por Kruzel, los expertos legales dicen que Roberts espera seguir el ejemplo, en gran parte no intervencionista, de su difunto mentor, el presidente del Tribunal Supremo William Rehnquist, durante el juicio del presidente Bill Clinton en 1999. Rehnquist dijo una vez que durante el proceso “no hizo nada en particular y lo hizo muy bien”, dejando a los senadores trazar su propio curso.
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Los observadores de la corte pintan a Roberts como un participante renuente en el drama del juicio político. Al presidente del Tribunal Supremo le preocupa desde hace mucho tiempo que el tribunal federal esté politizado y ha tratado de proteger la reputación del Tribunal Supremo de los ataques partidistas.
“Él buscará el papel, y lo hará, pero no quiere el papel,” dijo Carter Phillips, un socio de Sidley Austin que ha argumentado docenas de casos ante la Corte Suprema.