Recitaron sus nombres, uno a uno, mientras sus familiares se tomaban de las manos y lloraban en silencio.
Diecisiete hombres y mujeres habían muerto el año pasado en Gray Health & Rehabilitation, un hogar para personas mayores con 58 camas. Por eso, se eligió un día para rendirles tributo a sus vidas, el momento en el que amigos, familia y cuidadores pudieron expresar su pérdida.
La muerte y su compañera, la aflicción, forman parte de la rutina diaria en los hogares de cuidado a largo plazo. Los residentes se despiertan una mañana y descubren que ya no está aquella persona a quien veían todos los días en el comedor. Los ayudantes de enfermería llegan al trabajo y encuentran una cama vacía, la misma que solía ocupar alguien a quien estuvieron cuidando durante meses.
Sin embargo, los golpes emocionales que provocan estos hechos casi nunca se reconocen abiertamente.
“Los administradores de cuidado a largo plazo ven a la muerte como algo que podría molestar a los residentes”, dijo la doctora Toni Miles, profesora de epidemiología y bioestadística en la Universidad de Georgia. “Entonces, cuando alguien fallece, las puertas se cierran y el cuerpo se retira discretamente por la puerta de atrás. Es como si esa persona nunca hubiera existido”.
En la ceremonia de Gray Health, se encendió una vela por cada persona que había muerto. Se mostraron en una pantalla imágenes de los fallecidos cuando eran jóvenes y durante su tiempo en el hogar. “Nuestros seres queridos continúan viviendo en los recuerdos de nuestros corazones”, dijo el reverendo Steve Johnson, pastor de Bradley Baptist Church.
Decenas de familiares se reunieron frente a la residencia sujetando globos blancos. A la cuenta de tres los soltaron. Se escucharon gritos de “¡Te amo!” mientras el grupo dirigía su mirada hacia el cielo.
Miles quiere que el duelo se reconozca abiertamente en las residencias de todo Georgia para terminar con lo que ella llama “el silencio que rodea a la pérdida y a la muerte en el cuidado a largo plazo”. Después de mantener serias conversaciones con más de 70 miembros del personal, residentes y familiares en nueve residencias del centro de Georgia, ha escrito dos manuales sobre “mejores prácticas del duelo” y se está preparando para ofrecer seminarios educativos y capacitación de personal en docenas de hogares para personas mayores y residencias de vida asistida en todo el estado.
“El trabajo de la doctora Miles es increíblemente importante” y podría ayudar a aliviar el sufrimiento al final de la vida, dijo Amanda Lou Newton, líder del equipo de servicios sociales del Hospice of Northeast Georgia Medical Center.
Hay estudios que demuestran que los sentimientos de pesar ante la pérdida y la muerte son frecuentes entre los auxiliares de enfermería y otro personal en centros de cuidado a largo plazo. Cuando no se reconocen esos sentimientos, el dolor se esconde y provoca una serie de síntomas físicos y psicológicos, como depresión, distanciamiento y agotamiento.
Joanne Braswell, directora de servicios sociales de Gray Health, recuerda a una residente con discapacidad intelectual que se quedaba en su oficina la mayor parte del día, mirando en silencio las revistas. Con el tiempo, las dos mujeres entablaron cierta amistad y Braswell le compraba pequeños obsequios y refrigerios.
“Un día llegué al trabajo y me dijeron que había muerto. Quería llorar, pero no pude”, recordó Braswell, y reflexionó sobre su conmoción, agudizada por el recuerdo de la prematura muerte de su hija unos años antes. “Me prometí a mí misma que nunca más me encariñaría con alguien”. Desde entonces, cada vez que un residente se muere, “siento como que guardo distancia”, dijo.
Sylvia McCoullough, de 56 años, asistió a la ceremonia de Gray Health para honrar a su padre, Melvin Daniels, quien había fallecido el 19 de abril a los 84 años.
Hacía dos años, poco antes de que falleciera su madre, que McCoullough se había dado cuenta que su padre tenía demencia. “Él era el fuerte de nuestra familia… Siempre nos cuidó a todos”, contó y confesó que la confusión y las alucinaciones de su padre la afectaron profundamente.
“Lloro todo el tiempo”, continuó McCoullough, angustiada. “Me siento perdida sin mi mamá y mi papá”. Pero la ceremonia de Gray, dijo, le proporcionó algo de consuelo.
Edna Williams, de 75 años, fue una de las residentes que participó en el evento, sentada tranquilamente en su silla de ruedas.
“Me encanta recordar a todas las personas que fallecieron durante el año”, expresó Williams, quien envía tarjetas de condolencia a los familiares cada vez que se entera de la muerte de un compañero. Cuando eso ocurre, dijo, se siente profundamente afectada. “Voy a mi habitación” y “lloro en privado” y siento “tristeza por lo que la familia aún tiene que pasar”.
Chap Nelson, el administrador de Gray Health, ha establecido una serie de procedimientos que la guía sobre el luto de Miles recomienda como mejores prácticas. A todos los miembros del personal se les enseña qué hacer cuando muere un residente. Cuando es posible, se les anima a asistir al funeral. Y cada muerte es reconocida dentro del edificio, en lugar de silenciarla.
Si alguno de los miembros de su personal parece angustiado, “los busco, les hablo y les pregunto cómo puedo ayudarlos con lo que están pasando”, explicó Nelson.
Otras prácticas recomendadas incluyen ofrecer apoyo a los residentes en duelo y a los familiares de los fallecidos, tener en cuenta el sentimiento de pérdida de los residentes en los planes de atención y establecer un protocolo para preparar el cuerpo para su visualización final.
Algunas residencias van más allá y crean rituales propios. En otro hogar de Georgia para personas mayores, las manos de los miembros del personal se frotan con aceites esenciales después de la muerte de un residente, contó Miles. En Ontario, Canadá, el St. Joseph’s Health Centre Guelph realiza un “ritual de bendición” en las habitaciones donde alguien muere.
A quince millas de Gray, en Macon, Ga., Tom Rockenbach dirige Carlyle Place, una residencia exclusiva con cuatro niveles de atención: vida independiente, vida asistida, atención de memoria y servicios de enfermería especializada. En total, allí viven unos 325 adultos mayores. El año pasado murieron 40.
“Cuando alguien muere, no hablamos lo suficiente; no hemos establecido una manera formal de expresar nuestro dolor como comunidad “, dijo Rockenbach al comentar lo que aprendió después que Miles organizara sesiones de comunicación para el personal y los residentes. “Hay cosas que creo que podríamos hacer mejor”.
La cobertura de KHN de estos temas cuenta con el respaldo de la Fundación John A. Hartford, la Fundación Gordon y Betty Moore y la Fundación SCAN.