Una cosa que la mayoría de los dictadores tienen en común es el convencimiento de su grandeza. Tienen que presumir mucho, recibiendo elogios interminables de sus servidores por su singularidad y fuerza de personalidad, convirtiéndose así en verdaderos creyentes en sí mismos. Una cualidad única de Dios es la aseidad, una propiedad por la cual un ser existe en y por sí mismo. El ser no debe su existencia a nadie más que a sí mismo; una versión extrema del hombre que se abre camino por sí mismo. Sin pensarlo, los tiranos comienzan a construir sus imágenes hasta que llegan a la mejor versión de sí mismos, la que traerá la adoración de sus súbditos.
Para darnos cuenta de esta manifestación en el actual ocupante de la Casa Blanca, basta con escuchar sus propias declaraciones acerca de ser el hombre más inteligente, el mejor presidente, el más informado sobre el clima, la ciencia, el ejército, la política exterior, etc. Solo en regímenes totalitarios en lugares como la antigua China, Japón, Rusia, la antigua Persia, etc., sus líderes se han comportado como deidades que demandan adoración, obediencia total y lealtad, y se han declarado a sí mismos como las autoridades máximas en todo lo material y espiritual. Ese dominio total de sus países y sus súbditos convirtió al rey de Inglaterra en el jefe de la iglesia e hizo que Luis XIV declarara “Yo soy el estado”. ¿Cuántas veces hemos escuchado a Trump afirmar que tiene el derecho absoluto de hacer esto o aquello? Él cree tener el derecho de promulgar leyes por orden ejecutiva, puede perdonar a todos, incluyéndose él mismo; él puede traer la paz al Medio Oriente; solo él entiende a Kim Jong Un porque sabe más de diplomacia que nadie, etc., etc. El Partido Demócrata ganó la Cámara de Representantes en un voto contundente que llevó a docenas de mujeres al Congreso, pero Trump dice que no perdió la elección. Además, Vladimir Putin es digno de confianza porque Trump dijo que creía sus negaciones. Y después de repetir mil veces que no hubo colusión con Rusia, él mismo comenzó a creerlo, y se le hizo más fácil convencer a Giuliani de lo mismo, convirtiendo al antiguo héroe del 9/11 en una cotorra de sus reclamos grandiosos y mentiras indignantes.
Hablando de mentiras, la lista de delincuentes elaborada por Robert Mueller sigue creciendo. Y cada nombre agregado a la lista es alguien cercano al presidente. Con la adición de Roger Stone, el supuesto enlace a Wiki-leaks y Julian Assange, el círculo se hace más pequeño y los conspiradores comenzarán a volverse uno contra el otro. Jerome Corsi, un autor de derecha y teórico de conspiraciones, dijo que estaba listo para testificar en el juicio de Roger Stone, diciendo: “deja que las fichas caigan donde puedan”. Los pies de barro de su ídolo están claramente expuestos. Y es solo cuestión de tiempo. Los criminales recurrirán a una autoridad superior para pedir ayuda. Pero su divinidad podría ignorarlos porque estará demasiado ocupado mirándose en el espejo, asombrado de su grandeza.
Editorial