El regreso a clases en otoño para los escolares de Filadelfia será virtual y se mantendrá así al menos hasta el 17 de noviembre fecha que el superintendente del Distrito Escolar, doctor William Hite, dio como límite para tener a la mano un espacio para replantear el plan.
Tras la decisión tomada es necesario visibilizar una variable que ha sido objeto de publicación en la revista The Lancet: la salud mental de los niños escolares durante y en la post pandemia. La doctora María McColgan, la única persona de la junta que votó en contra del plan de regresar a las aulas en otoño de forma virtual, fue la única voz que trató de advertir sobre el problema.
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Sus palabras quedaron diluidas en lo que la presidente de la Junta de Educación, Joyce Wilkerson, calificó como “un angustioso rechazo de los padres a la ciencia”. De acuerdo a María McColgan, quien es además pediatra, los estudiantes podían perder más por estar fuera de la escuela que por asistir y arriesgarse a exponerse a COVID-19.
Una voz solitaria
Durante la asamblea de la Junta de Educación celebrada el pasado 29 de julio, McColgan dijo estar “desanimada por la mentalidad generalizada de que no podemos abrir las escuelas y estar seguros”, dijo.
McColgan citó varios informes de asociaciones médicas de Estados Unidos y del extranjero que indicaban que la transmisión del virus es muy baja entre los niños más pequeños, mientras que los cierres prolongados de las escuelas ponen a los niños en “riesgo físico, emocional y social”.
Citó a un pediatra británico que dijo: “las consecuencias no deseadas de la COVID en los niños son mucho mayores que la enfermedad en sí misma. La forma en que estamos tratando de prevenir esto está causando más daño que la enfermedad”.
Los estudiantes pueden aprender a seguir las directrices de COVID sobre las máscaras y el distanciamiento, dijo McColgan, y se les debe animar a acercarse a septiembre como un reto a superar.
“Le damos muy poco crédito a los niños”, dijo McColgan. “Creo que lo que está sobre la mesa en este momento es la elección equivocada”.
Puertas adentro del hogar
De acuerdo a una revisión de las consecuencias de la presencia de la COVID-19 en el tejido social, la pandemia puede ser el disparador del surgimiento de problemas de ansiedad en niños y adolescentes con una vulnerabilidad previa. El miedo a contagiarse puede producir evitación a ciertos lugares que derivan en agorafobia o miedo a los espacios abiertos, y las preocupaciones excesivas sobre la salud pueden limitar el funcionamiento de los niños y adolescentes cuando pase la pandemia.
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El confinamiento y los altos niveles de angustia pueden propiciar un incremento de conductas adictivas y del uso problemático de las tecnologías de la información. En adolescentes ya consumidores, la vuelta a la normalidad puede hacer que realicen un consumo excesivo compensatorio al tiempo de abstinencia; otros adolescentes puede que recurran a “las sustancias” bien con una función de evitación de las emociones negativas, bien como una vía de experimentar nuevas sensaciones.
El punto de esta reflexión desea establecer, que el miedo a veces puede actuar como una barrera para sellar la entrada a un solo problema, ocasionando una presión a lo interno del problema mayor, que puede abrir grietas por la que escapen otros temores.