Un joven empresario, asiduo a las redes sociales y que rompe con el esquema político instalado en El Salvador desde hace casi tres décadas es hoy Presidente de esa nación centroamericana. Nayib Bukele juró el 1 de junio como Jefe de Estado con el desafío de transformar el país que después de 30 años de gobiernos de derecha e izquierda, arrastra una alicaída economía dolarizada y una violencia que impulsan a sus pobladores a emigrar.
“Nuestro país es como un niño enfermo, nos toca ahora cuidarlo, nos toca ahora tomar un poco de medicina amarga”, dijo Bukele en la ceremonia de toma de posesión realizada por primera vez en la céntrica plaza Gerardo Barrios de San Salvador ante la presencia de 83 delegaciones de diferentes países y unas 10 mil personas.
En menos de cinco años, el empresario de 37 años pasó de ser el alcalde de San Salvador a Presidente electo. Analistas políticos locales refieren que llegó gracias a un discurso que se aleja de la política tradicional y promete un gobierno de cambios.
El político dio una sorpresa el pasado mes de febrero al ganar las elecciones en primera vuelta con más del 53% de los votos pese a que no tenía el respaldo de ninguno de los partidos más poderosos del país.
Con su llegada al poder bajo las siglas de la conservadora Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), cambia la realidad política del país y se abre, según algunos analistas, “una nueva era” con promesas de cambios sustanciales en diferentes ámbitos, incluida la política exterior.
Lo que debe enfrentar
Bukele toma las riendas de un país con una grave situación de violencia que muestra una tasa de homicidios que lo sitúa como uno de los más violentos del mundo, y con una de las tasas de crecimiento económico más bajas de América Latina con un 37,8% de la población en situación de pobreza.
Su llegada precisamente responde en parte a esa difícil situación en la que viven sus seis millones de habitantes. “Los antecedentes son importantes para entender este nuevo Presidente: hartazgo, malestar de la población con los dos partidos grandes del país. Bukele ganó acumulando más votos que todos los demás partidos juntos”, dice Roberto Cañas, analista y excomandante del FMLN.
Cañas asegura que hay una “enorme expectativa popular” de que el nuevo mandatario resuelva los retos, aunque no proporcionó detalles sobre, por ejemplo, cómo detendrá la rampante violencia que es el “problema más sentido por la población” y que las autoridades atribuyen en gran medida a las pandillas.
La Mara Salvatrucha (MS-13), la principal pandilla en El Salvador, puso recientemente sobre la mesa la posibilidad de “detener la violencia por la vía del diálogo” con Bukele, según una entrevista publicada por la revista Factum.
Bukele ha dicho que tiene como prioridad en su gestión de cinco años contener a las pandillas o maras que reclutan a los jóvenes y viven de la extorsión y venta de drogas.
El Salvador se mantiene como uno de los países sin guerra más violentos del mundo con un promedio de 51 homicidios por cada 100 mil habitantes en 2018, en su mayoría atribuidos a las pandillas que tienen unos 70 mil miembros, de los cuales casi 17 mil están encarcelados.
Aplacar la migración de salvadoreños a Estados Unidos es una de las labores que debe atender el nuevo mandatario. Estimaciones oficiales indican que un promedio de 200 salvadoreños emigran a diario sin documentos legales hacia territorio estadounidense. A finales de 2018, poco más de 3 mil salvadoreños marcharon en caravanas al país norteamericano.
En materia económica existe una gran expectativa por el rumbo económico que pueda imprimir Bukele para atraer inversión extranjera que genere empleo para una población que en los últimos años ha tenido como principal salida emigrar a Estados Unidos.
Al recibir el país con una alarmante deuda que alcanza el 70% del PIB, y con una economía que en los últimos cinco años creció en promedio 2,4% anual, el nuevo gobierno tendrá dificultad para mantener los programas sociales en marcha.
Al cierre de 2018, El Salvador acumulaba una deuda pública de 18.974,6 millones de dólares, más de la mitad contraída con acreedores externos, según el Banco Central de Reserva.
Además, carga un déficit fiscal de 3% del PIB que según cifras oficiales podría crecer este año a 3,7% del PIB.