Las personas que piden asilo, y refugiados de México y Centroamérica, se dirigen a menudo a refugios fronterizos en Tijuana, y a veces permanecen semanas esperando que el gobierno de los Estados Unidos apruebe o deniegue sus solicitudes. Su situación ha sido particularmente precaria con las amenazas del presidente Donald Trump de cerrar la frontera con México, aunque al final Trump dio marcha atrás.
Recientemente, un grupo voluntario de médicos y enfermeras visitó el refugio Movimiento Juventud 2000, donde dedicaron el día a atender a migrantes amparados aquí.
Jose Manuel Salinas, quien se aloja en una tienda de campaña en el refugio, llegó aquí en enero después de un mes de caminata y haciendo autostop desde su casa en Acapulco, Guerrero. El herrero, de 31 años, dice que no tuvo más remedio que buscar asilo en los Estados Unidos.
“No se puede vivir en el estado de Guerrero. Hay mucha delincuencia”, dice Salinas. “Es muy poco lo que paga el salario de uno y no alcanza para la familia”.
Pero el viaje lo desgastó. Se enfermó y ahora está luchando contra una tos persistente que ha empeorado desde que llegó.
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José María García Lara, director del refugio, dice que muchos migrantes se enferman durante el viaje por la falta de agua potable, la escasez de comida y el pobre saneamiento en los campamentos y refugios a lo largo del camino. Cuando está lleno, Movimiento Juventud 2000, acoge a cerca de 150 personas.
“Enfermos de gripe, enfermos de cansancio, y lo más importante: esta comunidad ya viene enferma con un problema psicológico de depresión”, dice Lara. “Porque la gente que está saliendo está dejando sus casas… está dejando toda una vida”.
Por 25 años este refugio sirvió como vivienda para mexicanos deportados de los Estados Unidos. Pero ahora, Lara lo ha abierto a las olas de migrantes que huyen de la violencia en sus países de origen.
Lara dice que el refugio ha atendido a las primeras tres caravanas que llegaron desde 2017. Miles de personas.
Habitualmente, solo un médico y dos enfermeras de México visitan la instalación cada semana para tratar a los enfermos, explica Lara. Y pueden dedicar sólo entre cinco y diez minutos a cada paciente, debido a la multitud de migrantes que necesitan atención.
Pero esa tarde, un grupo de unos 75 trabajadores de salud de los Estados Unidos llegó con una clínica médica móvil para atender a los migrantes.
Salinas se encuentra entre las cerca de 100 personas que hacen fila. Por momentos sostiene entre sus brazos al bebé de un amigo, quien también necesita atención médica. Le pide ayuda a una enfermera. “Vengo a ver si me pueden apoyar. Lo que pasa es que tengo bastante tos, gripa”, dice. “Y siento que las venas se me van a reventar cuando empiezo a toser”.
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La enfermera le da aspirinas, toallitas antisépticas y consejos. Salinas quiere más, pero es todo lo que ella tiene para ofrecerle.
“¿Estas toallitas son para que se limpie, ok? Para que se desinfecte las manos así no se pasa la tos para otra persona”, le explica la enfermera. “Lo que tiene que hacer también es tomar bastante líquido. Se toma una aspirina por si tiene fiebre o escalofríos”.
Los trabajadores de salud organizan mesas en donde brindan ayuda tanto para dolencias físicas como psicológicas. Ofrecen primeros auxilios, así como atención pediátrica y cuidado dental, y miden la presión arterial y la glucosa.
Laura Ramírez, enfermera de Riverside, California, dice que siente una conexión con los migrantes.
“Mis papás son de México y también trabajo en un hospital donde la mayoría de los pacientes habla español,” dice Ramírez, quien está aquí por primera vez como voluntaria. “Los miro aquí. Quizás en unos años los tengamos como pacientes allá”.
Es un sentimiento compartido por Jose Manuel Salinas y los más de150 que ahora pasan sus días en este refugio fronterizo esperando que el gobierno de los Estados Unidos decida su destino.
Por Heidi de Marco / California Healthline