EL PASO, Texas- No fue la erupción que cubría los pies y las piernas de Meliza lo que preocupó al doctor José Manuel de la Rosa, sino los profundos moretones debajo. Eran una señal de que podía estar experimentando algo mucho más serio que una reacción alérgica.
Magdalena, la mamá de Meliza, le dijo al médico que comenzó con un pequeño bulto. Luego dos. En poco tiempo, las piernas de la niña de 5 años estaban hinchadas y rojas de las rodillas para abajo.
De la Rosa notó una gasa en el pliegue del codo de Meliza, de las que se usan después de una extracción de sangre. Acunando a su hija sobre su pequeño cuerpo de 5 pies, Magdalena le explicó que, durante su estadía en el centro de detención de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), Meliza fue trasladada a un hospital. Le hicieron pruebas, pero ella no pudo obtener los resultados. Le pidió ayuda entre lágrimas. “Mi hija es mi vida”, le dijo en español.
Esa tarde de marzo, el médico vería a casi una docena de pacientes en su clínica improvisada dentro de un almacén, cerca del aeropuerto de El Paso. Esa semana, clínicas comunitarias montadas de la misma manera atenderían a cientos de personas, algunas con resfriados y virus de rutina, otras con infecciones de las vías respiratorias superiores o heridas sin sanar. Al igual que Meliza, todos eran migrantes, en su mayoría de Centroamérica, un mar de familias que llegaban cada día, muchos de ellos asustados y agotados después de pasar días detenidos por el gobierno.
De la Rosa, pediatra de El Paso, es uno de las docenas de médicos voluntarios en la frontera de los Estados Unidos y México, a medida que el flujo de migrantes que cruzan sin papeles y piden asilo asciende a su máximo en seis años. A diferencia de las olas de inmigración anteriores, éstos no son hombres solteros de México que buscan asimilarse y encontrar trabajo. La mayoría son familias que huyen de la violencia de pandillas, la inestabilidad política o la extrema pobreza.
El presidente Donald Trump ha declarado una emergencia nacional en la frontera sur para liberar miles de millones de dólares en fondos para construir un muro como un medio para contener la marea de personas que piden asilo. El viernes 5 de abril, Trump visitó Calexico, California, para recorrer una sección de cercas recientemente renovadas y dijo que mantener a los migrantes fuera del país era la solución para los puntos de entrada superpoblados.
Pero el gobierno federal no está cubriendo el costo de la crisis humanitaria que se está desplegando en comunidades fronterizas como El Paso.
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En ausencia de una respuesta federal coordinada, las organizaciones sin fines de lucro a lo largo de un tramo de 1,900 millas han intervenido para proporcionar alimentos, refugio y atención médica. Las ciudades fronterizas como San Diego, en California, y El Paso y McAllen, en Texas, están acostumbradas a depender de organizaciones benéficas locales para ofrecer alguna atención a migrantes. Pero no en los números masivos y la duración sostenida que están viendo ahora. A medida que pasan los meses, el trabajo se está cobrando un peaje financiero y emocional. Los operadores sin fines de lucro están aprovechando las donaciones, las reservas financieras y la generosidad de médicos voluntarios para satisfacer la demanda. Pero a algunos les preocupa que esta “nueva normalidad” simplemente no sea sostenible.
“Nunca hubiéramos previsto o imaginado estar gastando lo que estamos gastando por la atención que estamos brindando”, dijo Ana Melgoza, vicepresidenta de asuntos externos de San Ysidro Health, un sistema de salud comunitario que brinda atención a los migrantes que cruzan a San Diego. Melgoza dijo que su clínica ha gastado casi $250,000 en esta atención específica desde noviembre.
Peaje emocional y financiero
En octubre, ICE cambió drásticamente la forma en que maneja las liberaciones de migrantes de sus centros de detención. Las familias que buscan asilo ya no reciben ayuda para coordinar los viajes para vivir con familiares o patrocinadores mientras se procesan sus solicitudes. Desde el cambio de política, miles de migrantes se han encontrado en ciudades fronterizas sin dinero, comida o una forma de comunicarse con la familia. Del 21 de diciembre al 21 de marzo, 107,000 personas fueron liberadas de los centros del ICE para esperar por sus audiencias de inmigración.
En El Paso, que ha visto un aumento de 1,689% en las detenciones fronterizas de los migrantes que viajan con miembros de la familia en comparación con el año pasado, los médicos voluntarios están trabajando en una red de clínicas. Es común recibir a niños con tos y resfriados, diarrea y vómitos. Algunos migrantes tienen ampollas graves en los pies que necesitan limpieza, o diabetes que está fuera de control porque, dicen, los agentes de la patrulla fronteriza les sacaron la insulina.
Para De la Rosa, éste es solo el último trabajo en una carrera relacionada con la salud fronteriza. Nacido y criado en El Paso, ha servido en la Comisión de Salud Fronteriza México-EE.UU. desde que el presidente George Bush lo designó en 2003. Fue decano fundador de la Escuela de Medicina Paul L. Foster de la ciudad cuando se inauguró hace una década como uno de los pocos programas en el país que requieren que todos los estudiantes tomen cursos de “español médico”, diseñados para reforzar la comunicación con los pacientes que hablan ese idioma.
Cuando esa tarde de fines de marzo entró en el almacén convertido en refugio, se quitó su moño de lazo y se colgó un estetoscopio. De la Rosa piensa que es un regalo poder ayudar a las personas que de otra manera no tendrían atención. “A veces no sé si lo estoy haciendo por mí o por ellos”, dijo. “Es tan gratificante”.
Pero casos como los de Meliza son frustrantes. (En esta historia se menciona a la niña y a otros pacientes por sus nombres de pila por la preocupación de que hablar con los medios de comunicación pudiera afectar sus casos de asilo).
Después de pasar una evaluación inicial para solicitar asilo, trasladaron a Meliza y a su madre al almacén-refugio, donde los voluntarios les dieron comida y una cama. También las ayudaron a organizar un viaje a Carolina del Sur, en donde podían vivir con un familiar mientras procedía su solicitud de asilo.
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Magdalena le dijo a De la Rosa que la erupción de Meliza comenzó mientras estaban detenidas, y cuatro días después, la llevaron a un hospital. Pero las liberaron antes que pudieran obtener los resultados de las pruebas. De la Rosa llamó al hospital, esperando que las pruebas de laboratorio ofrecieran pistas sobre si la niña podría tener leucemia; púrpura de Henoch-Schonlein, un trastorno que puede causar daño renal, o simplemente una reacción alérgica. El hospital le solicitó a De la Rosa una exención de privacidad de la madre, pero cuando regresó al refugio para que la mujer firmara, ya habían tomado el bus para Carolina del Sur. Esa fue la última vez que la vio.
“Esto es lo mejor que podemos hacer”
El doctor Carlos Gutiérrez, otro pediatra de El Paso, también está desesperado por comunicarse con los médicos que trabajan dentro de los centros de detención. Cuando se libera a la gente con problemas de salud complicados, como un hombre que recientemente se presentó con una infección bacteriana come-carne y una herida tan grande que se podía ver su hueso, los médicos voluntarios a menudo tienen que empezar de cero, tratando de determinar lo que un paciente tiene y qué tratamiento les han dado.
Durante la mayor parte de los últimos cinco meses, Gutiérrez ha aprovechado la hora del almuerzo en su clínica pediátrica privada para ver a los migrantes. Trabaja en uno de los varios hoteles que alquila Annunciation House, una organización sin fines de lucro que administra la red principal de refugios de la zona.
La organización, que está financiada a través de donaciones de organizaciones religiosas e individuos, ha agotado fondos, gastando más de $1 millón en hoteles en los últimos cuatro o cinco meses, dijo su director ejecutivo en una reunión del consejo de la ciudad. La entidad está luchando para que todos tengan un lugar: recientemente Annunciation House se apresuró a abrir un refugio temporal para que 150 personas no tuvieran que dormir en un parque de la ciudad.
En su camino hacia el hotel, Gutiérrez revisó el mensaje de texto del día del director de la organización, que decía cuántos refugiados llegarían ese día: 510.
Los primeros pacientes de su “clínica”, un baño en la habitación de un hotel, fueron gemelas de 9 años de Guatemala. Viajaban con su madre, Mirian, quien dijo que huyó de su ciudad natal después que hombres del lugar la amenazaron con secuestrar a una hija si no pagaba dinero de protección para operar su puesto de tortillas.
Mirian y sus hijas habían cruzado un pequeño río para llegar a lo que creía que era Nuevo México, dijo, imaginando que las autoridades a las que se entregaban serían como los turistas estadounidenses que había conocido en su ciudad natal. “Ahí, cuando llegan los turistas, son muy amables. Incluso los médicos vienen a ayudarnos”, dijo en español.
Pero la bienvenida no fue cálida. Miriam le dijo a Gutiérrez que durante los seis días que pasaron bajo custodia, una de sus hijas contrajo bronquitis. Estaban sanas cuando entraron, dijo, pero dormir sobre pisos de concreto frío y comer bocadillos de jamón y queso las quebró. “Te tratan como si fueras basura”, agregó.
Mirian le mostró a Gutiérrez un inhalador que le habían dado en el centro de detención y le preguntó para qué servía. Su otra hija había desarrollado una tos profunda y necesitaba atención, dijo. Después de examinar a las dos niñas, Gutiérrez le mostró a Mirian cómo usar el inhalador. Las nenas estarían bien, le dijo, pero con los pulmones tan congestionados, podrían pasar semanas antes que se recuperaran.
“Quiero decir, esto es lo mejor que podemos hacer”, dijo Gutiérrez, después de recetarle un antibiótico a una niña con una infección en el oído. “Podríamos hacerlo mejor. Pero cuando están a nuestro cuidado, nadie se está muriendo”.
Trabajo necesario
Según un análisis reciente de NBC News, desde que inició la administración Trump más de dos docenas de personas han muerto mientras estaban bajo custodia de inmigración. El gobierno dice que destinó más enfermeras y médicos para sus instalaciones después que dos niños murieran en diciembre. Las autoridades de inmigración ahora trasladan al hospital a 60 niños cada día, y hacen exámenes médicos a todos los menores de 18 años, dijo Kevin McAleenan, comisionado de Aduanas y Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos, durante una conferecia de prensa en marzo.
Pero muchas personas todavía tienen serias necesidades al momento de su liberación. Cuando Gutiérrez y sus colegas comenzaron con estas clínicas, estaban destinadas a llenar temporalmente una brecha generada por el cambio en la política del gobierno. Cuando se le preguntó si cree que el trabajo voluntario es sostenible, sacudió la cabeza y suspiró. “Estoy tan cansado”.
El modelo financiero, basado en donaciones y voluntarios, también tiene sus límites. Los que solicitan asilo generalmente no califican para servicios sociales, incluido Medicaid, antes que se les haya otorgado. De acuerdo con la oficina del senador estatal Toni Atkins, en California se están llevando a cabo negociaciones para que algunos de los $5 millones en fondos de emergencia que el estado está gastando en la frontera puedan reembolsar a las clínicas por atención médica. Los médicos en Texas y Arizona no tenían conocimiento de conversaciones similares en sus estados.
La doctora Blanca García, también pediatra de El Paso, ha sido voluntaria algunos días a la semana desde octubre. Al igual que muchos de los médicos, cita un argumento moral y financiero para brindar atención a los migrantes que se encuentran legalmente en el país una vez que solicitan asilo. Dijo que son personas vulnerables que de otra manera no buscarían atención, y por cada diagnóstico de estreptococos en la garganta, es probable que se evite una visita costosa a la sala de emergencias.
Sin embargo, hay limitaciones a lo que pueden proporcionar.
Cristian, de 21 años, llegó con su beba de 5 meses, Gretel, temprano a la tarde a un refugio de El Paso, instalado en lo que fuera un hogar para adultos mayores. Nunca había estado solo con su hija, contó. A su esposa, quien es menor de edad, la habían separado de ellos en la frontera, y quedó bajo la custodia del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS). Cristian no sabía cuándo podrían liberarla.
Mientras estuvo detenido, pasó varias noches con Gretel en un piso de concreto en una habitación con más de cien hombres, contó. Le pidió a un guardia un mejor lugar para dormir. Dijo que, en vez de ayudarlo, lo castigaron obligándolo a sentarse mirando a la pared por más de una hora mientras Gretel lloraba en sus brazos.
La mamá todavía la estaba amamantando cuando los separaron, por eso la beba le chupaba la nariz y la camisa. Le preocupaba que no estuviera comiendo lo suficiente y que la fórmula que le estaba dando no fuera tan buena como la leche materna. La doctora García le dijo que la beba se veía saludable.
Sin embargo, Cristian estaba ansioso, y se iba angustiando más a medida que contaba su historia.
“¿Estará bien la beba?”, preguntó en español.
La doctora le aseguró al joven padre que él estaba haciendo todo lo que estaba a su alcance.
Por Anna Maria Barry-Jester / California Healthline