En tiempos de pandemia ni la paradisíaca Palm Beach, donde se retiran los ricos y famosos, ha podido escapar del virus que nació en China.
Sin embargo, el rico condado de Florida se resiste a sucumbir ante la COVID-19 y sus celebridades insisten en establecerse en ese refugio invernal. Pocas personas habrían pensado que un virus podría alterarles las vidas a ricos y famosos cuya cotidianidad transcurre entre autos de lujo, tiendas de moda, piscinas infinitas, clubes privados y campos de golf.
A principios de la pandemia las autoridades de la opulenta isla decidieron alquilar dos contenedores refrigerados para almacenar cuerpos en caso de que fuese necesario. Temían que la morgue del condado no diera abasto. Sobre todo porque un amplio segmento de la población sobrepasa los 65 años.
Por momentos la pandemia pretendió alterar a la discreta Palm Beach, ese escondrijo del sur de Florida que cuenta con una de las mayores rentas per cápita del país. Allí la mayoría de sus habitantes vive de las herencias de sus acaudaladas familias. Para ellos el dinero no es un problema, pero llegó el virus para amargarles la existencia.
Este exuberante aposento situado a una hora en automóvil de la ciudad de Miami nunca fue un lugar turístico. Por ello sus residentes creyeron estar al margen de personas que llegasen contagiadas.
Sin embargo, el virus que no respeta fronteras ni clases sociales un día aterrizó en el exclusivo club Mar-a-Lago del ex presidente Donald Trump. Un brote de COVID-19 obligó a cerrar de manera parcial las instalaciones y algunos de sus empleados fueron puestos en cuarentena.
Trump es uno de los connotados residentes de la isla. Se mudó a Mar-a-Lago el pasado mes de enero después de dejar la Casa Blanca. Allí dedica sus horas a jugar al golf, a cenar con sus amigos y a reuniones con miembros del partido republicano.
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El propio exmandatario sostiene que “Mar-a-Lago es lo más cercano al paraíso”. El paisaje, dos piscinas climatizadas, la comida y la vista al océano son espectaculares. Por lo pronto, Trump es la celebridad que más ruido hace en los medios, pero entre sus vecinos se encuentran renombradas figuras como Yoko Ono, también fue residente Estée Lauder.
“Él nunca sale de este lugar ni de su campo de golf, nunca va a cenar a casa de nadie ni visita ningún restaurante, siempre está en su palacio… es como si dijese: yo soy el rey de Palm Beach. No sale al exterior y por eso no le afecta que haya habitantes que, como en todo el país, lo odien o lo amen”, sostiene Laurence Leamer, escritor especializado en política y sociedad estadounidense.
Sin embargo, a algunos vecinos les afecta la bulla mediática que generó la llegada de Trump, pues valoran en demasía la privacidad. Les apetece vivir dentro de sus mansiones como si se tratase de una isla dentro de otra isla. Les perturban las miradas inquisidoras.
El dinero les permite vivir dentro de burbujas que los protegen, pero el coronavirus encontró la manera de colarse en su exclusivo mundo.