La tortuga Diego estuvo al menos 87 años en el exilio. Fue su apetito sexual lo que ayudó a salvar su especie de la extinción total pues de tanto aparearse, contribuyó a recuperar la población de sus congéneres en Española, una de las islas Galápagos en Ecuador. Este archipiélago del océano Pacífico es famoso por haber sido objeto de estudios del naturalista inglés Charles Darwin, autor de la teoría de la evolución.
Diego fue a vivir a un centro de reproducción en la isla Santa Cruz, una de las Galápagos, y se mostró como el «dominante» entre los tres seleccionados para recuperar la especie.
Ahora, con su liberación en la isla, y tras haber regalado 800 procreaciones, el Parque Nacional Galápagos da por cerrado oficialmente el programa de reproducción y crianza en cautiverio de la especie Chelonidis hoodensis.
Gracias al proyecto, donde también ha participado el Galapagos Conservancy, a través de la Iniciativa para la Restauración de las Tortugas Gigantes (GTRI por sus siglas en inglés), la especie pasó de 15 ejemplares a 2.300 en cuatro décadas.
El principal problema de la especie fueron los piratas y balleneros que se abastecían de alimento en ese refugio y se llevaban en sus barcos a las tortugas gigantes que podían sobrevivir hasta un año sin comer ni beber.
No obstante, esto significa solo el 15% del número inicial de tortugas. En una época buena y normal había unas 400 mil de 15 especies distintas.
Las tortugas son necesarias para las otras especies de animales que agrupa el archipiélago, donde destacan aves, lobos marinos, iguanas y albatros.
Con Diego fueron liberadas otras 14 tortugas que formaron parte del programa inicial, donde hay 12 hembras. Su liberación estaba programada para marzo, pero la pandemia del coronavirus retrasó la proeza, así que las 15 tortugas estuvieron en cuarentena. Todas fueron desparasitadas y se les colocó un microchip que permitirá a los científicos hacer el seguimiento necesario que significaría la conclusión del programa de reproducción.