“No permitiré que nadie ponga un puñal en la garganta de la democracia“, y sobre todo Donald Trump con su “red de mentiras”, afirmó este jueves 6 de enero el presidente Joe Biden en un discurso combativo un año después de la toma por asalto del Capitolio de Estados Unidos.
El Presidente, que suele mostrarse afable, adoptó un tono grave para hablar desde la imponente “sala de las estatuas” de la sede del Congreso, donde hace justo un año desfilaron a sus anchas los simpatizantes de Donald Trump.
En un Capitolio bajo estrecha protección policial, y casi sin presencia de sus opositores republicanos, el demócrata Biden no nombró ni una vez a quien llamó “el ex presidente” o “el ex presidente perdedor”.
El Presidente de 79 años lanzó un ataque verbal en toda regla contra su predecesor acusándole de haber “tratado de evitar el traspaso de poder pacífico” durante la “insurrección armada” del 6 de enero de 2021, cuando una turba asaltó la sede del poder legislativo estadounidense para intentar impedir que los congresistas certificaran las elecciones.
Trump “ha creado y difundido una red de mentiras sobre las elecciones de 2020 y lo ha hecho porque valora el poder por encima de los principios, porque antepone su propio interés al interés de su país” y porque “su ego herido le importa más que nuestra democracia”, dijo Biden, quien nunca lo había atacado a su predecesor de manera frontal.
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La respuesta de Trump no se hizo esperar. El magnate consideró que el discurso de su sucesor, que sufre un fuerte desgaste de popularidad entre la opinión pública, fue un “teatro político” destinado a desviar la atención de su “fracaso”. Y una vez más repitió, sin pruebas, que las elecciones estuvieron “amañadas”.
“¿Vamos a ser una nación que acepte la violencia política como norma? (…) ¿Vamos a ser una nación que no vive a la luz de la verdad sino a la sombra de la mentira?”, se preguntó Biden.
“No podemos permitirnos el lujo de convertirnos en ese tipo de nación”, dijo, estimando que Estados Unidos libra, dentro y fuera de sus fronteras, una “lucha” entre la democracia y la autocracia.
“Yo no busqué esta batalla”, reconoció Biden, cuando según una encuesta reciente solo el 55% de los estadounidenses piensa que su elección es legítima.
“No permitiré que nadie ponga un puñal en la garganta de la democracia”, advirtió el demócrata.
Cuando los periodistas le preguntaron si no temía fortalecer aún más los antagonismos con este discurso virulento, el mandatario contestó: “Cuando queremos curar, hay que reconocer la gravedad de la herida”.
En la misma ceremonia solemne en el Capitolio, su vicepresidenta, Kamala Harris, llamó “a unirse en defensa” de la democracia, porque “el espíritu estadounidense se ha puesto a prueba”.
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El discurso de Biden marca una ruptura, como si hubiera optado por ser más combativo. Hasta ahora había tratado con desprecio a Trump y a sus más acérrimos seguidores, apostando por el pragmatismo y por un ambicioso programa de reformas económicas para reconciliar a los estadounidenses.
Pero la reconciliación parece lejana. La popularidad de Biden se ha desplomado debido entre otras cosas, a la subida de la inflación y el hartazgo generalizado frente a una pandemia de COVID-19 que persiste y el aniversario del 6 de enero, lejos de ser un momento de unidad nacional, cristaliza las fracturas políticas.
Trump anuló una rueda de prensa prevista para este jueves desde su mansión de Florida, pero las declaraciones de los líderes republicanos demuestran hasta qué punto sigue influyendo el ex presidente en el partido.
El jefe de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, no estará presente en las ceremonias en Washington. Y eso que era de los pocos en mencionar una “responsabilidad moral” del ex presidente en los sucesos del 6 de enero.
El jueves emitió un comunicado acusando a los demócratas de “explotar” este aniversario “para promover objetivos políticos partidistas”.
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Los más fervientes defensores de Trump alzaron la voz. Por ejemplo, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, estimó que las conmemoraciones previstas en el Congreso, con mayoría demócrata, eran “nauseabundas”.
Muy pocos, como el senador republicano Mitt Romney, osaron condenar sin rodeos el asalto al Capitolio.
“Nos estamos poniendo en peligro al ignorar las lecciones del 6 de enero. La democracia es frágil, no puede sobrevivir sin líderes íntegros y valientes que estén más preocupados por la fuerza de nuestra República que por ganar las próximas elecciones”, escribió.