En el vasto panorama del cine mexicano, pocos nombres despiertan tanta simpatía y reconocimiento como el de Mario Moreno “Cantinflas”. Considerado un ícono universal del humor, su personaje del hombre humilde, ingenioso y parlanchín trascendió las fronteras y lo convirtió en una figura querida en toda América Latina, Estados Unidos y Europa. Con su estilo inconfundible, “Cantinflas” no solo hizo reír, sino que también proyectó una imagen entrañable de México ante el mundo.
Mario Moreno Reyes nació en la Ciudad de México el 12 de agosto de 1911, en el barrio de Santa María la Redonda. Hijo de una familia numerosa y humilde, creció en un entorno donde el ingenio era parte de la supervivencia cotidiana. Tras varios oficios como el de boxeador y torero cómico, encontró su verdadera vocación en el teatro de carpa, espectáculos populares en los que se mezclaban la música, la sátira política y los números cómicos.
Allí nació el personaje que lo acompañaría toda su vida: Cantinflas, un hombre del pueblo, vestido con pantalones a medio amarrar, sombrero gastado y un peculiar estilo para hablar mucho sin decir nada. La gente se identificó con él de inmediato.
El salto al cine y la Época de Oro
En 1936, Mario Moreno debutó en el cine. Su consolidación llegó en 1940 con “Ahí está el detalle”, dirigida por Juan Bustillo Oro, donde su estilo alcanzó perfección. Esa película no solo fue un éxito de taquilla, sino que también definió el verbo “cantinflear”, reconocido por la Real Academia Española como “hablar mucho y decir nada”.
Durante las décadas de 1940 y 1950, en plena Época de Oro del cine mexicano, Cantinflas se convirtió en la estrella más taquillera del país. Sus películas, como “Ni sangre ni arena”, “El gendarme desconocido”, “El bolero de Raquel” y “El analfabeto”, mezclaban humor con crítica social, presentando a un héroe improbable que desde la ingenuidad lograba poner en evidencia las injusticias.
El personaje de Cantinflas no tardó en cruzar fronteras. En 1956, Hollywood lo llamó para coprotagonizar con David Niven la superproducción “La vuelta al mundo en 80 días”. Su interpretación de Passepartout le valió un Globo de Oro y la ovación de la crítica estadounidense. El propio Charles Chaplin lo calificó como “el mejor comediante del mundo”.
Ese reconocimiento cimentó su figura como embajador cultural de México. A través de la comedia, presentó un rostro fresco y humano del país, alejado de los estereotipos.
Más allá de la risa
Cantinflas no solo fue un artista, también fue un hombre comprometido. Usó su fama para acercarse a causas sociales, apoyando a niños en situación vulnerable y promoviendo iniciativas benéficas. En la pantalla, su personaje representaba al “peladito”, al marginado urbano que, pese a sus carencias, mantenía dignidad y humor frente a la adversidad.
En el México de mediados del siglo XX, donde la desigualdad social era evidente, Cantinflas se convirtió en la voz de los que no tenían voz. Su cine se transformó en un espejo de las realidades populares, sin perder el espíritu ligero y accesible.
Mario Moreno falleció el 20 de abril de 1993, a los 81 años, dejando tras de sí más de 50 películas y un legado que continúa vivo. Su estilo ha inspirado a generaciones de comediantes en América Latina y su personaje sigue siendo referencia de ingenio y mexicanidad.
Hoy, sus películas aún se transmiten en televisión y plataformas digitales, acercando a nuevas audiencias a ese humor blanco, basado en la picardía del lenguaje. Museos, calles y homenajes en todo México mantienen viva su memoria.
Cantinflas en el corazón de México
Más que un cómico, Cantinflas es parte de la identidad cultural de México. Representa el ingenio popular, la resiliencia y la capacidad de reírse de uno mismo en medio de las dificultades.
En cada uno de sus diálogos enredados y gestos espontáneos, Mario Moreno dejó una lección: el humor puede ser un puente entre las personas, un alivio frente a la adversidad y, al mismo tiempo, un arma contra la injusticia.
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Su figura, como la del cura Hidalgo o la Virgen de Guadalupe, pertenece ya al imaginario colectivo de un país que lo adoptó no solo como su gran comediante, sino como un símbolo entrañable de lo mexicano en el mundo.