Las caricias, los abrazos e incluso la brisa, son sensaciones que llegan a nuestro cerebro a través de unos receptores que se encuentran en la piel. Se les conoce como corpúsculos de Meissner y de Pacini. Cuando se estimula el receptor, se envía una señal a la corteza prefrontal, aquí se analiza el tipo de estímulo que llegó.
Las mujeres tienen mucha sensibilidad en los dedos, según la psiquiatra Marian Rojas Estapé esto puede deberse a que las mujeres tienen las manos más pequeñas que los hombres, por eso la red de receptores está más poblada y perciben con más intensidad.
«Las caricias, los abrazos, de ahí y en adelante, producirán cambios químicos en el cerebro, con efectos determinantes en nuestro desarrollo y psicología. Se ha demostrado que el aislamiento de contacto físico durante las etapas de desarrollo, reduce la plasticidad neuronal y el desarrollo del cerebro, en animales de experimentación», explicó a Infobae el médico neurólogo Ramón Ferro.
Un abrazo libera al organismo opiáceos naturales, es decir, endorfinas, que pueden dar serenidad, que regulan la frecuencia con la que late el corazón y la frecuencia de respiración, baja la presión arterial. Así de importantes son. Los abrazos producen cambios hormonales que contrarrestan el estrés y otros que favorecen el desarrollo y el crecimiento, y fortalecen el sistema inmunológico.
La piel es el órgano más extenso del cuerpo, un abrazo de alguien a quien queremos produce oxitocina en nuestro cerebro. Y, por el contrario, si el roce es con alguien que no aceptamos, nos generará estrés. Así que los abrazos son buenos, pero son mejores si viene de alguien a quien tenemos aprecio.
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Frente a emociones negativas
Un estudio de 2018 llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Pittsburgh y que fue publicado en la revista PLOS One, determinó que los abrazos serían uno de los gestos sociales que más nos reconfortarían frente a las emociones negativas.
Los investigadores entrevistaron a 404 personas adultas (218 hombres y 186 mujeres), durante 14 días. Los resultados mostraron que cuando una persona entra en conflicto con otra, si ese mismo día ha recibido un abrazo, su estado emocional no empeora tanto como en el caso de no recibir ninguno.
Lo que hace ese abrazo es no aumentar los sentimientos negativos y no disminuir tanto los positivos. Y estos resultados se observaron tanto en hombres como en mujeres.
¿Qué pasó en la pandemia?
La pérdida del contacto físico durante la pandemia afectó significativamente la salud mental, y más por no estar en contacto con los iguales. Se determinó que el «hambre de piel», nombre dado al síndrome neurológico que se produce ante la falta de contacto físico, produjo graves consecuencias en la vida cotidiana.
El contacto y el tacto es algo que ha llamado la atención de muchos científicos e investigadores a lo largo de la historia. Uno de los más reconocidos y a su vez de los más crueles e imposibles de replicar hoy en día, fue el hecho por el psicólogo estadounidense Harry Harlow a mediados del siglo XX, quien realizó experimentos con monos. En uno de ellos, unas crías de corta edad eran separadas de sus madres y luego se les ofrecían dos «madres adoptivas», pero eran pedazos de tela con madera. Los monos bebés elegían este último, incluso aunque era el primero el que tenía una botella de leche. Es decir, priorizaba el contacto físico por sobre el alimento.