“La epidemia de violencia con armas de fuego en Filadelfia no conoce fronteras y nunca lo ha hecho”. La reflexión pertenece a Eric Marsh. Él es un activista comunitario de piel oscura quien asegura que la violencia armada en Philly no es novedosa.
Su postura la tiene contextualizada. “A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, Estados Unidos experimentó un perverso aumento de su obsesión por las armas”. Este graduado de UArts cree que Filadelfia no estuvo exenta. Es más agrega que durante los dos mandatos del alcalde Edward Rendell Filadelfia experimentó un recuento anual de 400 homicidios. “Es una tasa no muy inferior a la desgarradora cifra de 499 muertes de 2020”.
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Nuestro personaje es actualmente organizador de divulgación comunitaria para el nuevo News & Information Community Exchange (NICE) de WHYY. Tiene una vida atestiguando la violencia en el punto cardinal donde reside en su ciudad natal. Ha vivido en sitios malos y en otros menos malos. Además sabe de la muerte desde adolescente, cuando perdió a balazos a un primo. Asimismo porque pasó años oyendo el silbar de las balas desde la sala de su casa. “Todos los plomos tienen destinatario”.
Testimonio de Eric Marsh
Eric Marsh narró que durante las décadas de 1980 y 1990 vivió en muchas partes de la ciudad. “Olney, Mount Airy, Germantown, Nicetown, Mantua, South Philly y ahora, Cobbs Creek. He visto mucho y he tenido la suerte de pasar de los 50 años. En todo ese tiempo, nunca he sentido más miedo por mi vida que hoy”.
Nací y crecí en Filadelfia en una época en la que surgió el Poder Negro. Ellos promovían el amor propio y el orgullo entre los afroamericanos. Al mismo tiempo, la violencia de las bandas estaba en su punto más alto. Fue una época en la que el comisario de policía Frank Rizzo se convirtió en alcalde. Tiempos en que la policía era la mayor banda de la que tenían que preocuparse los jóvenes, especialmente los hombres negros.
El in crescendo de la sangre
La sangre siempre ha corrido en Filadelfia. Con mayor proporción la salida de los hombres de color. “Cuando todavía era muy joven, mis hermanos fueron testigos de esta violencia. Las historias de peleas con cuchillos, bates y botellas rotas eran comunes. Un chichón en la cabeza, un ojo morado o una nariz ensangrentada eran habituales. Eran lo peor que veíamos”.
Con la entrada de las armas de fuego se comenzó a repoblar al cementerio. “Cuando tenía poco más de 20 años, recuerdo la primera vez que me enfrenté al cañón de una pistola. Mientras caminaba con mi novia hacia la tienda, nos asaltaron justo en Broad Street”.
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“Pasé el verano de 2020 luchando contra la ansiedad junto con mis vecinos mientras escuchábamos estallidos de fuegos artificiales. Pero lo peor de todo son los disparos. Me he sentado en mi sofá y he escuchado disparos en un radio de una manzana de la puerta de mi casa más veces de las que puedo acordarme”. Sobre esa inquietud reflexiona: “La seguridad es un derecho que merecen todos los filadelfianos de todos los barrios”.