La gimnasta superestrella estadounidense y múltiple campeona olímpica Simone Biles desistió de manera sorpresiva a ganar una nueva medalla y encendió las alarmas en los Juegos Olímpicos.
Tras el repentino retiro de Biles el mundo de la gimnasia artística quedó boquiabierto. Todos apostaban a que la atleta de 24 años y 1,42 metros de estatura, se llevaría a casa la mayoría de las preseas doradas y aumentar así su leyenda.
La gimnasta llegó a Tokio con un pesado palmarés a sus espaldas. A su corta edad suma ya 10 títulos mundiales y en Río 2016 se unió al exclusivo elenco de las únicas gimnastas con cuatro medallas de oro en unas Olimpiadas.
Tras su voluntario destierro, USA Gymnastics emitió un comunicado donde se confirmaba que no se trataba de una lesión física, sino a un problema de estrés y ansiedad. “El equipo continuará evaluando si Simone podrá competir en las otras pruebas individuales”, agregó el comunicado de la federación deportiva estadounidense para la gimnasia.
Ahora se abre un debate en el mundo del deporte de élite acerca de la obligación de ganarlo todo. Y es que los focos estaban puestos en esa talentosa chica quien superó una dura infancia. Con sólo tres años de edad los servicios sociales de Columbus, Ohio, la rescataron de sus padres biológicos Shanon Biles y Kelvin Clemins, pues ambos estaban sumidos en las drogas y el alcohol.
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Su futuro pendía de un hilo por lo que tuvo que ser criada por sus abuelos Roland Biles y su segunda pareja, Nellie. Ahora Simone es contundente, no reconoce a Shanon Biles y Kelvin Clemins como sus progenitores.
Sostiene que sus verdaderos padres son sus abuelos Roland y Nellie a quienes califica como unos ídolos, pues apostaron y creyeron en ella. Desde pequeña le gustaba brincar y sus maestros detectaron ese don. Una tarde regresó a casa con una nota para sus abuelos que decía: ¿Han pensado alguna vez en inscribir a su hija en un instituto de gimnasia?
Desde entonces Simone es un ejemplo de superación, pero ahora los psicólogos deportivos coinciden en que lleva una pesada losa de compromiso y eso la convierte en una frágil atleta.
Los demonios de la mente
“Cuando entro en la alfombra somos mi cabeza y yo. Trato con los demonios que hay en mi cabeza y ya no confío tanto en mí misma”, admitió la princesa de ébano.
“Hubo un par de días en los que todo el mundo te twiteaba y sentías el peso del mundo. No somos sólo atletas. Somos personas al fin y al cabo y a veces hay que dar un paso atrás. No quería salir y hacer algo estúpido y salir lesionada. Esto es tan grande, son los Juegos Olímpicos. Al fin y al cabo, no queremos que nos saquen de allí en camilla. A veces siento que tengo el peso del mundo sobre mis hombros”, apuntó.
Antes de marcharse a los vestuarios lanzó una lapidaria frase que resume su calvario: “Hago que parezca que la presión no me afecta, pero maldita sea, a veces es difícil”.