El arzobispo Nelson Pérez irradió la esperanza que Jesús ofreció con su arribo al mundo. Fue ejemplo viviente. Llegó y tomó su nueva encomienda con felicidad. No dejó de demostrar su alegría y agradecimiento a la providencia por haberlo hecho reaparecer en Filadelfia, diócesis que lo ungió como sacerdote.
Hace solo horas en la Catedral Basílica de los Santos Pedro y Pablo fue instalado el primer arzobispo hispano en dirigir la arquidiócesis de cinco condados. Es el 14º obispo católico romano y el 10º arzobispo de Filadelfia. Antes de entrar en su camino a la ascensión jerárquica rompió el protocolo y en el frontispicio del templo se trenzó en fraternos saludos con sacerdotes, diáconos, religiosas, se hermanó en abrazos y apretones de manos en una escena que tradujo el regreso de un amigo, el retorno de un viajero que ama a los suyos y se siente cómodo entre ellos.
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Pérez asistió al seminario diocesano de Filadelfia en la década de 1980 y sirvió en varias parroquias de la diócesis antes de ser nombrado obispo auxiliar en el Rockville Centre de Nueva York, y luego obispo de Cleveland en 2017. Hoy está de nuevo en casa.
El arzobispo Nelson Pérez llegó a la ciudad con respeto. Caminó por los pasillos de su casa observando los recuerdos, con la mirada iluminada por el pasado, un tiempo lleno de hermosos episodios vividos. Dejó claro frente a la congregación que llega a Filadelfia como una hoja en blanco. “No tengo ningún plan”, dijo. “Quiero visitar, escuchar y aprender. Abrazo la visión del Papa Francisco en ‘La alegría del Evangelio’.”
Los fieles tienen confianza de que su corazón no se envaneció con el estruendo que los aplausos crearon provenientes de la desbordante congregación de la basílica y su capilla adyacente. Más de 2.000 personas, además de un sinnúmero de espectadores en la televisión e Internet, confirmaron no una mera bienvenida para un arzobispo, sino una bienvenida a casa para un hijo nativo.
Ha llegado un pastor bondadoso y justo, un ordenado provisto de un cayado dócil que solo ofrece las mejores alternativas para pacer y que se asienta firme en el piso para escuchar la voz de los mayores, recrear las acciones del pasado y actuar como un verdadero cristiano que no juzga y vive la vida en cristo.
La homilía de instalación elegida por el pastor fue inspirada en el tema “Jesús, esperanza para el mundo”. “Es hora de tender la mano, de volver a la iglesia, al Señor en su Palabra y al altar.”
Su motivación pastoral fue más doctrinaria que retórica, y aunque sus palabras no fueron privadas de la belleza, fueron una lección para todos los que tuvieron contacto con ellas.
Elogió la “fidelidad y el coraje” de su predecesor, el arzobispo Charles Chaput, y dijo que la arquidiócesis “tiene una deuda de gratitud con este hombre”, por lo que la congregación se puso de pie en aplausos.
Ponderó a Chaput por su “gran firmeza” al tomar decisiones difíciles sobre la vida de la parroquia y las finanzas de la archidiócesis durante su administración de ocho años, lo que “le trajo gran sufrimiento y críticas”, dijo el arzobispo Pérez.
Además de los más de 50 obispos de todo el país, el Arzobispo Pérez se dirigió directamente a los cientos de sacerdotes y diáconos presentes, diciéndoles “os necesito” y refiriéndose a sus hermanos sacerdotes como “nosotros”.
No se avergonzó de la crisis de abuso sexual del clero, que llamó “una triste traición a algunos de los nuestros que hirieron profundamente a los que se suponía que estaban sirviendo”.
“Lo sentimos mucho”, dijo, prometiendo “trabajar con esperanza, que seremos la fuente de la curación”.
Fue enfático en que el amor no solo está dirigido al rebaño, porque este también baña a los que guía. “La fuente de nuestra esperanza es Cristo”, que ha “atravesado 20 siglos de historia” con su pueblo, “a veces regocijándose, a veces diciendo, ‘esta gente es una obra de arte'”, dijo el arzobispo.
A lo largo de esa historia, la palabra de Cristo y su cuerpo y sangre en la eucaristía “donde nos alimenta para el viaje” han permanecido, dijo el arzobispo Pérez.
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Construyó su tema en un crescendo con un desafío para los fieles de la arquidiócesis: “Dondequiera que te encuentres en el viaje, es tiempo – tiempo de extender la mano y agarrar la mano del Señor.”
Así como en el Evangelio de Mateo (9:20) una mujer con una hemorragia tocó el manto del Señor y fue curada, así ahora “es hora de llegar a él – él está allí”, dijo el arzobispo.