Arana Lemus nació en un país del que se tuvo que ir. Llegó a Colombia como extranjera, siempre luchó por encontrar su lugar. Viajó por el mundo buscando oportunidades, pero más allá de eso, se buscaba a sí misma. Regresar a los Estados Unidos le dio una identidad formal, pero su camino la ayudó a construirla.
En entrevista exclusiva con El Sol Latino Newspaper, Arana demostró que es tenaz. No se rinde. Por eso, ha llegado tan lejos.
Tiene un programa en Univisión que se llama “En todas”, que define mucho su vida en la actualidad y se suma a las muchas cosas que hace todos los días. Sabe que tiene mucho talento y eso le ha permitido moverse en diferentes aguas.
La seguridad es parte esencial de su personalidad. La historia de Arana está llena de obstáculos, pero los supo sortear para llegar a las estrellas.
Una niña que nació en Estados Unidos, pero se fue a Colombia
Vamos a empezar esto desde Arana de niña. Mi historia es poco convencional porque, siento yo, muchas personas nacen en Colombia y emigran a Estados Unidos. Yo soy el ejemplo de que hice todo al revés, o la vida me llevó por senderos totalmente desconocidos.

Yo nací en New York, pero crecí en Colombia. O sea, yo realmente soy colombiana de corazón. A los 3 años llegué al país con mi mamá, en el 2016 regresé a Estados Unidos. Mi mamá estaba privada de su libertad y en el momento en que pudo ser libre la deportaron a Medellín. Viajamos a estar con la familia por un par de meses, como es debido con las personas que no nacen en el territorio nacional, pero lamentablemente en ese tiempo mi mamá falleció en Panamá y yo me quedé viviendo con el resto de mi familia, y así es como yo crezco en Colombia.
Siempre estuve buscando oportunidades, participando en reinados, actividades que tuvieran que ver con el colegio, porque también fui bailarina, hice parte del ballet folklórico de Antioquia. Cuando estaba más cerca de cumplir los 18 años, todo se complicaba, ya necesitas tu cédula. No fue tan fácil. En la situación que me encontré tenía que tomar una decisión y fui a migración Colombia. Tenía mucho miedo, muchas veces la falta de conocimiento y de herramientas nos lleva a tomar decisiones equivocadas.
En mi caso, mi familia trató por muchos medios hacerme ciudadana colombiana, pero al no tener a mis dos padres se complicaba mucho la situación. Siempre tuvieron miedo que Estados Unidos reclamara una hija americana, entonces estuve como escondida y viviendo ilegal. Yo he vivido lo que muchos experimentan en Estados Unidos, pero en Colombia. Con un pasaporte americano vencido.

¿Cómo fue el renacer cuando decides devolverte a EE. UU.?
Mi primera parada cuando decidí salir de Colombia no fue Estados Unidos, yo me fui por tierra a Ecuador. Me fui a vivir a un lugar que se llama Montañita. Fue determinante y muy importante para convertirme en la mujer que soy. Fue muy retador. Llegué porque hasta ahí me alcanzaba el dinero que tenía, me fui con una maleta con cosas para vender en la playa. Me enamoré de ese pueblo, de Ecuador, de su gente, de su estilo de vida. Yo necesitaba un poco de calma después de tantos problemas y se convirtió en mi casa por poco más de un año.
Mi primer trabajo fue vendiendo artesanías. Vendía camisetas que yo misma cortaba, cuando se terminaron aprendí a hacer pulseras, luego vendí tragos en la noche, luego hice trenzas en la playa; vendí arepas, vendí empanadas, vendí limonada de mango, hasta que conocí a una buena amiga; uno de los tantos ángeles que la vida me ha cruzado, se llama Ramona. Ella estaba montando un negocio en Ecuador, un lugar de tapas. Estaba buscando personas que quisieran trabajar. Ahí cambió mi estilo de vida en Montañita.
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Su negoció fracasó, ella se iba a Finlandia a poner un Car Wash, me hizo la pregunta del millón ¿qué vas a hacer? Me dijo: “vámonos a Finlandia” y mi cabeza no registraba lo que me estaba diciendo. A los dos días yo estaba en un avión donde estuve un par de meses más. No fue para mí por la barrera tan grande del idioma, hablaba casi nada de inglés.
Después fui a España, era lo que tenía más cerca donde tenía amigos, donde pude trabajar un tiempo y ahí tomo la decisión de decir: “me voy a poner seria, creo que es momento de irme a Estados Unidos a ver si por fin puedo ser una persona”.

Necesitabas encontrar tu identidad
No tenía identidad, no tenía una casa. Mi vida era en cuatro ruedas, era en una maleta. No tenía un espacio que fuera propio, ya me sentía un poco cansada, agotada, con ganas de mirar qué más tenía la vida para mí.
De pronto hubo un momento en que caí en cuenta que posiblemente yo le estaba huyendo a mi destino. No quería llegar sin tener nada, sin conocer a nadie. Aquí estaba la familia de mi papá, pero no tenía ningún tipo de relación con ellos. La comunicación con mi papá era bien complicada porque él tampoco era dueño de su tiempo, por decirlo así. Hasta que un día me desperté como en un sótano muy oscuro, y digo: “no puedo más”.
Ahí decido venirme, en menos de 10 horas. Era una persona. Tenía ID, cuenta de banco, yo nunca había tenido una. Era parte de algo.
Tu historia está llena de tenacidad y fuerza, pero tu llegada a Nuestra Belleza Latina también es muy particular y llena de astucia. Cuéntanos, ¿cómo fue la experiencia?
Yo no sabía a lo que me estaba enfrentando con Nuestra Belleza Latina. Yo en Colombia había tratado de ser parte de algunos realities, para estar en un canal de televisión y tener oportunidades, pero no se había dado por mi situación legal.
Antes de llegar a Estados Unidos, mi mejor amigo, que se llama Andrés, me decía que participara en Nuestra Belleza Latina, “eso es para ti” -decía- y yo no le creía absolutamente nada.
Yo no llevaba ni un año en el país y empiezan las convocatorias y mi amigo me envía el link. No le prestaba atención, hasta que se puso tan insistente que me aburrí de escucharlo, y le dije que me iba a inscribir para hacerlo feliz. Miami era la primera ciudad para el casting, pero no sabía nada, no me metí a investigar, era algo que no estaba en mi mente.
La convocatoria era desde las 10 de la mañana a las 6 de la tarde, llegué al mediodía y pensé que salía a las 3 de la tarde. Pero había muchas mujeres, era de las últimas. Yo no pasé el primer filtro acá en Miami, me fui con un sinsabor, pero, según yo, satisfecha con el deber cumplido.
Pero faltaban dos ciudades Houston y New York. De la nada tuve un presentimiento que me decía: “tengo que volver a audicionar”. Agarré el teléfono y le dije a mi amigo.
Llegué a la fila a las 2 de la madrugada. Cuando empezaron a llegar los productores me decían: “se nos haces conocida”, y les dije: “ahora si me recuerdas, porque en Miami me sacaron por la puerta de atrás, pero vine para darles otra oportunidad porque ustedes no saben a quién le están diciendo que no”. Lo que dije fue tan mágico, tan poderoso, entendí que, si yo no me creo la película mía, nadie me la va a creer ni a comprar.
Ahí empieza mi camino en Estados Unidos.
