De acuerdo a Mauro F. Guillén, profesor de Gestión Internacional en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, “acosar a China ahora nos dejará con ronchas más tarde”.
Esta es una opinión venida del mundo académico de los Estados Unidos, pero no dista mucho de la opinión general de los que como observadores ven como desatinos los movimientos que realiza la Casa Blanca a este respecto.
La Unión Europea, los socios hemisféricos, los granjeros del país y hasta las naciones que podrían beneficiarse transformándose como sucedáneos del Gigante Asiático en el marco de la guerra comercial de Trump, no son muy optimistas con las resultas de este “pulso de fuerza” iniciado por el de la Gran Manzana.
Para el académico de la Universidad de Pensilvania es perfectamente legítimo que los gobiernos utilicen las herramientas a su disposición para alcanzar sus objetivos en las negociaciones multilaterales y bilaterales. Los Estados Unidos tienen a su disposición una amplia gama de fichas de negociación para promover sus intereses, especialmente cuando se trata de asuntos comerciales.
Más allá de lo posible, lo que es invisible para el académico de la Wharton School es el fin verdadero de estos movimientos. Estados Unidos como nación está obligada en la protección de sus intereses a restringir el acceso al mercado de consumo, la tecnología, el poderío militar y el poder de la argumentación en sí mismo. “Sin embargo, al utilizar ese arsenal, debemos ser conscientes de las consecuencias a largo plazo”.
En artículo de opinión publicado por Mauro F. Guillén para la cadena noticiosa The Hill, el universitario precisó que “la actual batalla con China sobre el déficit comercial bilateral y el espionaje tecnológico y el robo es un buen ejemplo de ello. La administración tiene razón al argumentar que los derechos de propiedad intelectual deben ser respetados”.
Sin embargo dijo que existen serios problemas asociados tanto con el establecimiento de una reducción del déficit comercial bilateral como objetivo principal de las negociaciones como con las herramientas específicas utilizadas para lograr ese objetivo.
“Los déficits comerciales bilaterales no importan mucho. Lo relevante es el déficit global de la cuenta corriente con el resto del mundo porque determina nuestras necesidades de capital para compensarlas”.
En análisis del catedrático de Pensilvania el déficit de la cuenta corriente incluye el comercio de mercancías, el comercio de servicios, los ingresos del capital de Estados Unidos y la mano de obra empleada en el extranjero frente a los ingresos del capital extranjero y la mano de obra empleada en Estados Unidos y las transferencias, como las remesas de trabajadores y la ayuda exterior.
“Estados Unidos tiene un déficit considerable sólo en el comercio de mercancías, y no sólo con China, sino con prácticamente todas las economías importantes”.
Mauro F. Guillén acudió a un ejemplo para que se entienda mejor su óptica: “Centrémonos, pues, en el comercio de mercancías. Gran parte de nuestro déficit con China se refiere a productos que contienen componentes fabricados en otros países. Tomemos el iPhone, por ejemplo, que se monta en China. Menos del 10 por ciento de su valor de fabricación proviene de China. El resto son componentes fabricados en otros lugares”.
Es así que si se descomponen todos los productos ensamblados que Estados Unidos importa de China y se atribuye cada componente al país donde se fabrica, el déficit comercial bilateral con China se reduce a cerca de la mitad de lo que normalmente se reporta.
“La otra mitad se debe en última instancia a componentes fabricados en Japón, Alemania, Corea del Sur y otras potencias manufactureras. Por lo tanto, nuestro déficit comercial de mercancías con China no es tan grande como todo el mundo -incluidos muchos de la administración Trump- afirma que lo es”.
De esta manera el articulista llega a una conclusión, al señalar que es muy alarmante que la administración esté tan centrada en reducir el déficit comercial con China, “cuando no es la cuestión más importante para empezar”.
La traza de los desaciertos vistos por el profesor de la Universidad de Pensilvania apunta a que el problema se ve agravado por el uso de los aranceles como herramienta principal en las negociaciones. Los aranceles distorsionan los precios, perjudican a los consumidores pobres y desencadenan medidas de represalia, como lo han demostrado hasta ahora las acciones chinas.
“Pero el problema más importante con el uso de aranceles y otras medidas proteccionistas es que esta puede ser la última vez que Estados Unidos puede utilizar su mercado de consumo como palanca en las negociaciones comerciales”.
En la opinión de Mauro F. Guillén, en unos 10 años, el mercado de consumo chino será significativamente mayor que el estadounidense. Veinte años más tarde, el mercado de consumo indio será el más grande del mundo, dado el perfil de su población joven y la tasa de crecimiento económico. “Una vez que perdamos el puesto número 1, no podremos usar más esa arma”.
“Entonces, ¿deberíamos usar el proteccionismo como arma ahora antes de que se vuelva ineficaz? Absolutamente no. Todo lo que estamos logrando a largo plazo es acelerar nuestro propio declive relativo. Los países afectados por nuestros aranceles buscarán el crecimiento en otras partes del mundo”, aseguró Guillén.
“Las compañías desarrollarán un enfoque diferente a sus estrategias de fabricación y encontrarán nuevas formas de ser competitivas que pasan por alto el mercado de los Estados Unidos. Esta guerra comercial con China impone dificultades a los estadounidenses más pobres -cuyas compras de productos fabricados en el extranjero se encarecen- y, en última instancia, pondrá al mundo en nuestra contra”.
“Pero la razón más importante para no utilizar las tarifas es que las empresas se vuelven perezosas cuando están protegidas. Nunca debemos ofrecer incentivos para que las empresas estadounidenses no innoven. Desafortunadamente, cada tarifa es una invitación a tomárselo con calma y posponer los ajustes y mejoras necesarios. Es una mala política, punto”.