Desde Europa desean arrojar luz sobre el difícil tema de la muerte y vacunas de COVID-19. La contabilidad de los decesos se lleva de una manera muy rigurosa cuando las dos variables se juntan. Una pequeña cantidad de personas ha muerto tras haber recibido la inmunización.
Es difícil comprender que la entropía juega un papel importante en esta pandemia. Citamos este concepto de la termodinámica debido a que los fallecidos –en su mayoría- son ancianos. Desde luego cada deceso debe ser respetado. De allí que las autoridades sanitarias nacionales e internacionales investigan cada caso.
A la fecha no hay evidencias científicas que conjuguen las situaciones. Los sistemas de farmacovigilancia están en alerta permanente. Sin embargo los datos son ascuas en las briznas de paja seca que portan los “antivacuna”.
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Los datos se están generando en todas partes del mundo donde ha llegado la vacuna contra la COVID-19. Los pocos que sucumben son ancianos. Para los Estados sus vidas son valiosas y no se tratan como datos marginales. Solo se apunta que no hay ninguna base científica para alarmar. Sin embargo los eventos luctuosos han generado una nueva sugerencia ante la inmunización.
La dupla muerte y vacunas
Muchos de los datos que se expondrán en esta nota fueron extraídos del trabajo editorial de Julie Charpentrat. Ella es parte del staff de la Agencia Francesa de Prensa. “Por ahora, ‘no se atribuyó ninguna muerte de una persona mayor a la vacuna de [Pfizer/BioNTech]’”. Así reza un informe del 18 de enero la Agencia Europea de Medicamentos. En el papel se recordó que las autoridades investigan siempre que se detecta una “muerte o evento grave”.

La dupla muerte y vacunas está en todos los carteles de alerta de farmacovigilancia mundial. En Europa hay algunos datos. La semana pasada, Noruega informó de 33 muertes de personas mayores. A ellas se inoculó la vacuna de Pfizer/BioNTech. Hasta ese momento, se había vacunado a 20 mil residentes en centros de ancianos.
Al menos 13 de los fallecidos, cuyo perfil se examinó de cerca, no sólo eran “muy mayores” sino también “frágiles” y con “graves enfermedades”, precisó la agencia del medicamento. Noruega mantuvo así su campaña de vacunación. También renovó su recomendación de una evaluación médica previa a la administración del inyectable. Sobre todo cuando la persona está muy frágil o en la recta final de su vida.
Casos no concluyentes
Fuera de Noruega los eventos causaron cierto revuelo. Se utilizaron a menudo para alimentar el discurso antivacunas. Llegó al punto que las autoridades noruegas han tenido que insistir en que no hay relación causal entre muerte y vacunas.
En Francia, el 22 de enero, la agencia del medicamento señaló la muerte de nueve “personas mayores”. Todas recluidas en centros de ancianos o de dependientes. “El grupo padecía enfermedades crónicas o un fuerte tratamiento”. Hasta entonces, se vacunaron a 800 mil.

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“Nada permite concluir que las muertes señaladas estén relacionadas con la vacunación”, agregó la agencia gala.
Otros ejemplos similares son la muerte de 13 personas mayores en Suecia y de siete en Islandia. Las autoridades sanitarias de ambos países tampoco establecieron una relación causal.
En Portugal, la autopsia de una trabajadora sanitaria que murió dos días después de vacunarse tampoco arrojó ningún “vínculo directo con la vacuna contra el COVID-19”.