En lo que va del año fiscal, la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) ha registrado una cifra récord de migrantes que llegaron por la frontera sur de EE.UU.
Según la agencia, se trata de 1.295.900 encuentros entre agentes de la patrulla fronteriza e inmigrantes. Ello representa un aumento del 75% respecto al año anterior.
La mayoría ha superado inimaginables travesías y derrotado el temor a perder la vida para superar los niveles de pobreza. Los voluntarios de las organizaciones humanitarias que operan en Texas a diario observan cómo el hambre supera al miedo.
El aumento de la seguridad en los últimos meses no ha conseguido frenar la llegada de migrantes ilegales. En mayo las autoridades detuvieron a más de 239.000 en la frontera con México, un récord, aunque la cifra incluye a quienes intentaron entrar varias veces a Estados Unidos.
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Un reporte de la agencia AFP señala que en la orilla mexicana camionetas vienen y van durante horas para descargar a las personas. Luego cruzan el traicionero Río Bravo. Los migrantes se refrescan en el agua a la espera de que llegue más gente para enfrentarse al caudal que se cobra muchas vidas.
Una familia venezolana conformada por cinco hombres, dos mujeres y dos niños decide cruzar. Su travesía dura 10 minutos y a mitad de camino se agarran los unos a los otros para resistir a las corrientes. Muchos ya tienen experiencia porque han sobrevivido a bandoleros y serpientes que azotan en la selva del Darién.
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Cuando llegan al lado estadounidense, gritan de alegría antes de entregarse a la Patrulla Fronteriza. Han sobrevivido a las adversidades y a su vez han escapado del régimen de Maduro.
“Lloro de felicidad. Quiero ayudar a mi familia. En Venezuela no teníamos futuro”, dice un joven de 28 años.
En Eagle Pass, una ciudad de 22.000 habitantes situada a 230 kilómetros de San Antonio, Texas, sus habitantes han aprendido a convivir con la presencia de los migrantes. Tras ser liberados por la Patrulla Fronteriza se van al refugio Mission Border Hope donde se alimentan y asean.
Allí esperan a que algún familiar les pague el boleto de transporte a otra ciudad. La mayoría llega sin nada en el bolsillo y con una mochila llena de esperanzas. Los coyotes les han quitado todo, pero han dejado sus temores atrás para llegar a EE.UU.
“Vienen con heridas físicas y emocionales”, dice la directora del refugio Valeria Wheeler.