Guanahaní (San Salvador), Cuba (Juana) y Santo Domingo (La Española) fueron los territorios insulares a los que llegó en su primer viaje el navegante Cristóbal Colón. Salió bajo la regencia del Reino de Castilla con rumbo a las Indias y se topó con lo que años después fue bautizado como América.
El episodio se enmarcar en su primer viaje, en el año 1492. La tripulación de la Pinta, La Niña y la Santa María llegó con desesperación a Guanahaní. Con el pasar de los días, ya liberados de los fantasmas del abismo de la “tierra plana”, exploraron con tal vehemencia el área marítima, que el 5 de diciembre de 1492 atracaron en la costa norte de lo que hoy es Santo Domingo y que para la ocasión fue nombrada La Española.
El entusiasmo de los navegantes parecía insaciable. Con más de dos meses de exploración ya tenían una idea de las riquezas que podían cargar y de las que aguardarían por ellos en un segundo viaje.
Sin embargo América les dio una muestra de su poder y los hizo orates del frenesí, al punto de que encallaron a la Santa María en un banco de arena. Los navegantes más experimentados del planeta cometieron un error.
Santo Domingo antes de la libertad
La narración que por tradición oral es para los americanos una letanía, hace referencia a la estampa de unos “conquistadores” que sacaron provecho de unos taínos aparentemente taimados, quienes con sonrisa en los labios cambiaban guacamayas, frutos, oro y pedrerías, por espejos mal pulidos y “corotos” del viejo mundo.
La cadena de errores de los expedicionarios tiene eslabones que podrían juntarse para darle miles de vueltas a la Tierra. Y entre las anillas más afamadas está el haberse retirado confiados de La Española, dejando atrás un precario fuerte elaborado con la madera de los escombros de la Santa María al que llamarían Navidad. Allí quedó Diego de Arana con 39 hombres a su mando y de ellos no encontraron ni sus almas.
Un año después, en 1493, Cristóbal Colón descubriría en su segundo viaje que no era broma lo del cacique Guacanagari, quien le había entregado un cofre de oro a cambio de que los protegiera de los indios caníbales del líder indígena Caonabo.
Una zona candela
El asunto en aquellos predios y con los pobladores originales ya no pintaba color de rosa. El primer asentamiento de Europa en América había sido barrido. Santo Domingo desde el año 3000 A.C. había recibido al menos ocho oleadas migratorias de otros “navegantes” que provenían de América del Sur, específicamente de las cuencas de los ríos Orinoco, Xingú y Tapajós (situados en Venezuela el primero y en Brasil los restantes), y de las Guayanas.
A la zona antillana llegó de todo: Guerreros, caníbales, conquistadores, recolectores, cazadores de hembras y “supremacistas” como los Caribes que pusieron el ambiente pesado no solo para los indios tainos y sus cinco cacicazgos: Marién, Maguá, Maguana, Jaragua e Higüey, sino para los europeos.
En el marco de los festejos de la Guerra de Restauración escenificada en Santo Domingo, es preciso recordar que antes de la llegada de los europeos, con ellos, sin ellos y por ellos el territorio dominicano ha sido en escenario de continuos enfrentamientos, cuna del nepotismo porque Colón dejó a cargo de su hermano la isla para el tercer viaje y puerta de entrada para una barbarie “distinta” a la que indoamericanos ya vivían.