Desde la antigüedad las disciplinas deportivas se dividen entre hombres y mujeres para evitar que los hombres arrasen y las mujeres no tengan ninguna oportunidad.
Todo marchaba bien hasta que en la última década los reglamentos cambiaron del cielo a la tierra. Ahora las mujeres biológicas tienen que remar contracorriente y a veces arriesgando su propia vida.
Tras un cambio en la política del Comité Olímpico Internacional (COI), los Juegos Olímpicos de Río 2016 fueron los primeros en los que compitieron atletas transexuales. A partir de ese momento los trans no ameritan someterse a una cirugía para certificar su cambio de género.
Las nuevas directrices indican que tanto hombres como mujeres pueden competir contra rivales que son de su género actual y no el de su nacimiento. El pasado 10 de septiembre en Miami, la aplastante derrota que sufrió la luchadora de Artes Marciales Mixtas (MMA), la francesa Celine Provost, desató una polémica mundial.
A la infortunada atleta le tocó enfrentar a una luchadora de 90 kilos, quien cuando era hombre se desempeñó en las Fuerzas Especiales del ejército estadounidense. Le fracturaron el cráneo y las redes sociales estallaron contra Alana McLaughlin, apodada The Lady Feral.

Antes de iniciar su transición para convertirse en luchadora profesional estuvo destacado en Afganistán donde ganó ocho condecoraciones. Al ex sargento de 38 años, 1.82 metros de estatura y 89 kilos le resulto fácil vencer a su rival en apenas tres minutos.
A las redes sociales volvió el eterno debate sobre la participación de trans en las competiciones femeninas. Algunos padres se oponen a que destrocen a sus hijas mientras que los colectivos feministas y ligas LGTBI aplauden el transgenerismo en los deportes de élite.
Cuando el árbitro levantó la mano de Alana para reconocerla como vencedora, lucía una camiseta con el mensaje “end trans genocide” (terminemos con el genocidio trans). De inmediato llovieron las críticas.
El luchador de la UFC Sean Strickland posteó un arrollador recado en las redes sociales: “Cambia tu nombre, llámate mujer, pero sigues siendo un maldi… hombre, sal de la MMA femenina, cobarde”.
También el luchador de peso gallo Sean O’Malley escribió: “Es como si hubiera tenido testosterona durante, quién sabe, 20 ó 30 años de su vida y ahora dice que es una niña”. Twitter se inundó también de ataques hacia la comisión atlética por permitir ese tipo de peleas que ponen en riesgos las vidas de las mujeres biológicas.
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Con las nuevas reglas las atletas transexuales deben demostrar que mantienen su testosterona por debajo de 10 nanomoles por litro durante un periodo de un año. En teoría de esa forma no tienen ventaja frente a sus competidoras.
Aun así algunas federaciones sólo admiten a mujeres que al nacer se les asignó el sexo femenino. Pero estas normativas provocan fuertes críticas de movimientos LGTB, partidos políticos y colectivos feministas.
La participación de transformistas en el deporte es un asunto complejo que no sólo atañe a la diversidad e implanta una arrolladora hegemonía. También compromete la vida de las mujeres que sufren ahora mayores desventajas de las que ya tienen.