No hay dudas de que la violencia armada está al mando. Las calles de los suburbios desasistidos de Filadelfia son sus feudos. Para aminorar el drama, los padres amorosos de las miles de familias decentes que pueblan la urbe, acuden a la fantasía para narrar historias de antaños aniversarios para justificar en los sonidos de las balaceras unos inexistentes juegos de pirotecnia.
Sin embargo hoy estamos en la cuadra 4800 de la calle Griscom en Frankford, Filadelfia, un vecindario que encontró la manera de construir “una resistencia colectiva” que se ha propuesto ser valiente para encarar por medios sociales, pacíficos y organizados a los violentos narcotraficantes que se mueven y comportan como si fuesen “señores feudales”.
Sobre estos héroes conocimos de la mano del columnista nacido en Brooklyn y orgulloso de Filasdelfia, Mike Newall, quien se asomó a una de las cuadras cercanas al Jeferson Frankford Hospital, una ventana por donde se puede atisbar la batalla de la ciudad contra la violencia armada.
Geografía de la maldad
Está es una historia narrada por Newall con un final moralizante. En ella irrumpe el grupo Griscom Street: Unidos y fuertes. Unos pocos hombres de bien que sumaron sus reservas de valor para juntos encarar al mal que aun está en sus calles.
El bloque 4800 cobija a un grupo de narcotraficantes de al menos 20 hombres que gerencia una micro distribución de crack y marihuana. En verano se guarecen del abrazador calor bajo la sombra de un centenario árbol de de ginkgo. Se hacen llamar la Mafia de la Calle Griscom y en sus desmanes se pueden enumerar asaltos, tiroteos y allanamientos que fueron invisibilizados e insonorizados por una cúpula de silencio y miedo.
La ganga de Griscom robaba, abusaba y perturbaba la tranquilidad de los vecinos. Los indeseables se estacionaban bajo la arboleda frente a la casa de los Alonzos, confiscaron una vivienda abandonada contigua a la de Gina, una discapacitada de 50 años, que escuchaba con terrores nocturnos el bullicio de las malignas almas. Además sin mesura ni control los criminales desbordaban su indecencia frente a la casa del pastor Gabriel Wang-Herrera.
Fuego contra fuego
A veces el cauterio es el principio y el fin del sufrimiento. En mayo pasado una lucha entre pandillas llevó al hospital a uno de los líderes negativos de la Mafia de la Calle Griscom. A plena luz del día y en medio de un rocío de plomo el maligno fue herido en la pierna.
La policía tomó el lugar. De acuerdo a la crónica de Mike Newall no fue el tiroteo lo que alteró el ritmo de la calle Griscom. “Fue la tranquilidad que vino después. La calle Griscom se enfrentó a una terrible ironía: Esa tranquilidad fue la primera paz que su cuadra había experimentado en años”.
No hubo traficantes, ni tiroteos, ni ruidos fuertes, excepto las risas de los ancianos que se sintieron lo suficientemente seguros como para salir a sus amplios porches.
La tranquilidad se volvió tentadora. Pero duró poco. A las semanas volvieron. Allí nació Griscom Street: Unidos y fuertes. Una unidad social que goza del apoyo de la ciudad y el respaldo de la policía, que está haciendo tareas para erradicar la violencia e incorporar a los rescatables al mundo de la decencia.