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Conversar con niños es un arte único con sus propias reglas y significados. Los niños raramente son ingenuos en sus comunicaciones. Sus mensajes a menudo están en clave y hay que saber descifrarlos” (Dr. Haim G. Ginott).
“Entre padres e hijos” se llama un libro que me envió Milena Alberti, de Random House. Viniendo de Nueva York, empecé a leerlo en el avión, ¡qué hermosa sorpresa!
Todo padre ama a su hijo, hay que estar muy enfermo para que esto no suceda; aún así, son precisamente esos padres que tanto los aman, quienes más los maltratan y abusan de ellos, según las estadísticas. En el último entrenamiento sobre violencia que recibí, confirmé que el lugar más peligroso es el hogar… cuando debería ser todo lo contrario.
La familia debe ser el útero donde nos refugiamos cuando todo va mal afuera, el colchón donde nos acostamos en posición fetal, buscando solidaridad y apoyo emocional. Tristemente no es así, muchas familias, a pesar de sus buenas intenciones, no funcionan. Es un hecho que “le pasamos factura” a la gente que queremos; a los más cercanos como son padres, pareja, hijos y familias cercanas, de todo lo no resuelto en la niñez, de nuestra mochila emocional arrastrada.
El autor, Dr. Haim G. Ginott, lo repite una y otra vez de diferentes formas: la conducta de los padres tiene serias consecuencias en los niños, ya que afectan su amor propio, para bien o para mal. Aun los padres que podemos llamar “buenos y cariñosos”, hacen cosas terribles como:
- Reprochar
- Criticar
- Juzgar
- Ridiculizar
- Etiquetar
- Amenazar
La gran mayoría de los padres no saben que nos enfermamos con las palabras y nos sanamos con ellas también. Ellos no tienen idea del gran poder de destrucción de las palabras. Las palabras -dice el autor- son como cuchillos; aunque no hieren físicamente, matan emocionalmente. Si queremos ayudar a nuestros hijos, debemos comunicarnos con ellos afectuosamente, debemos en cada comunicación tratar de desarrollarles la autoconfianza, disciplinarlos sin humillarlos, alabarlos sin juzgarlos, expresarles el enojo sin herirlos, reconocer sus sentimientos, sus percepciones y opiniones, en lugar de discutirlas. Responder a sus preguntas para ayudarlos a confiar en su realidad interna y desarrollar confianza en sí mismos.
Los padres no fallan por falta de cariño, sino por falta de comprensión. No fallan por ser pocos inteligentes, sino por tener pocos conocimientos. Ser padre amerita estudiar, conocer. Muchos creen que con una buena dosis de amor y sentido común cualquiera puede ser un buen padre. Nada más lejos de la verdad.
Si realmente queremos mejorar como padres, debemos cuidar cómo respondemos a nuestros hijos: con un lenguaje libre de críticas. Es fundamental no criticar el comportamiento y proteger los sentimientos, para así lograr hijos solidarios, comprometidos, valientes, justos, respetuosos con los demás y consigo mismos, seguros de sí mismos. Para conseguir esto no basta con el amor, con lo que aprendimos de nuestros padres o con la intuición… Necesitamos habilidades y debemos aprenderlas.
Por: Dra. Nancy Álvarez