La edición genética es una reciente herramienta usada para acceder al genoma, que actúa como tijeras moleculares capaces de cortar cualquier secuencia de ADN de forma específica y permitir la inserción de cambios en él.
Este aparente ingenuo procedimiento tiene perturbado a un grupo interdisciplinario de investigadores adscritos a la Universidad de Yale, que está solicitando al mundo “una gobernanza global para la edición genética con miras a que se haga una evaluación neutral e informada de sus potenciales beneficios y riesgos para el medio ambiente”.
En la deontología de este procedimiento biotecnológico, su aspiración se ha centrado en realizar cambios en el genoma de especies trasmisoras de enfermedades para el hombre, con el objeto de modificarlas para que pierdan la “cualidad de vector”.
Dentro del registro histórico, en los años setenta, el científico Paul Berg cortó un fragmento de ADN procedente de un virus que infecta a bacterias y lo unió al ADN de un virus de mono. En ese mismo período, Herbert W. Boyer y Stanley N. Cohen crearon organismos en los que habían introducido genes que se mantenían activos durante generaciones. Hacia finales de los setenta, la compañía de Boyer, Genentech, producía insulina a gran escala a partir de la bacteria Escherichia coli, la cual albergaba un gen sintético humano. Y en laboratorios de todo el mundo ya se usaban de manera rutinaria ratones transgénicos para estudiar enfermedades.
Sin embargo, la naturaleza compleja de las tecnologías de edición genética requiere un proceso de toma de decisiones caso por caso, una revisión cuidadosa y sensata, según el estudio publicado en la revista Science.
La comunidad científica mira cuidadosamente los movimientos que se están dando en la actualidad. Por lo menos se sabe que el gobierno de Burkina Faso utilizará mosquitos genéticamente modificados para erradicar la malaria. Por otro lado algunos funcionarios de Massachusetts están considerando la edición genética como una herramienta para combatir la enfermedad de Lyme. Además, la tecnología es utilizada para adaptar los corales a las cambiantes condiciones marítimas del Caribe a la Gran Barrera de Arrecifes.
Sin embargo desde Yale las preocupaciones se mantienen intactas, debido a las las potenciales consecuencias “no deseadas de liberar organismos editados genéticamente en el medio ambiente y se sabe poco de sus potenciales efectos secundarios, como mutaciones no deseadas y una nueva resistencia evolutiva”.
Natalie Kofler, científica investigadora asociada de la Escuela de Estudios Forestales y Ambientales de Yale y autora principal del artículo, considera que “la falta de gobernanza global pone en riesgo nuestro planeta… en lugares como Burkina Faso esto es promovido como una solución milagrosa para liberarse de la malaria. Pero estas tecnologías también tienen el potencial de cambiar para siempre la composición genética de las especies, o incluso impulsar la extinción de ciertas especies”.
La propuesta ante el temor de un descontrol, es el “crear un órgano global de coordinación con la facultad de convocar a comunidades, desarrolladores, organizaciones gubernamentales y organizaciones no gubernamentales para asegurar una deliberación cuidadosa e inclusiva de todas las propuestas”.
Dentro de las competencias de esa instancia estaría la supervisión neutral de la toma de decisiones e integraría diversos conocimientos y perspectivas, incluyendo las de participantes de comunidades locales afectadas.
“Enfrentar este desafío va más allá de la inclusión de datos empíricos y científicos, también tiene que ver con sistemas de valores, ética y relaciones con la naturaleza, relaciones con la tecnología y las voces históricamente marginadas para tomar una decisión plenamente informada”, dijo Kofler.
Los investigadores reconocieron que las estrategias de edición genética podrían mitigar amenazas de salud pública muy reales en partes de África.
Gustavo Rízquez.