La supremacía del vallenato, el porro y la cumbia no ha podido adelgazar la pasión que por la música y el baile se siente en tierra del Chocó.
A la memoria colectiva se le hacen presentes ritmos caribeños, vallenses o precolombinos que con la ayuda de los medios de comunicación se han extendido a lo largo de la nación y han navegado o echado a andar en voz de juglares fuera de los límites de la República de Colombia.
La riqueza folclórica de la gran nación suramericana es sumamente deliciosa y de una coloratura sin par. Su partitura toma ritmos que se cantan, bailan, ejecutan y han bebido de las fuentes indígenas taironas, quimbayas y zenúes; así como del proceso de sincretismo al que fueron sometidos los afrodescendientes, más los aportes de los llegados de España detrás de la aventura de Colón.
Pocas naciones tienen la suerte de hacer sentir su voz, su expresión corporal y sus ritmos como una impronta. Colombia posee un folclor con “certificación de origen”, que hincha el corazón de los connacionales y alegra el alma de los que en la lejanía han confesado su amor por sus cadencias.
Sin embargo estas letras desean hacer un paseo por uno de los 32 Departamentos de Colombia. Nos referimos a Chocó, una tierra mágica y temperamental, un lugar donde la vida y la muerte se celebran con los mismos cantos con los que se arrullan a los niños, iguales a los que se entonan en homenaje a San Francisco de Asís, patrono de Quibdó, la capital.
No estamos en cualquier lugar de Colombia. Tenemos al norte a Panamá y el mar Caribe, al noreste Antioquia, al este Risaralda, al sur Valle del Cauca y al oeste el océano Pacífico. Es una región poderosa, es la Colombia negra, un suelo de 46 mil 530 km² al que fueron a parar los más bellos seres humanos que los esclavistas trajeron a la fuerza a esta nación, todos con dotes para el canto, la música, el baile, además de una gran agilidad para escapar de sus captores y hacer lazos con sus hermanos de destino los indígenas kunas.
De su bravura no hay lugar a dudas y sino invoquen el nombre de Barule, y escucharán de cualquier escolar colombiano la historia de un esclavo que en 1728 lideró la más grande insurrección en el Chocó junto a los hermanos Antonio y Mateo Mina.
Lo nuestro es el Bunde
Estamos aquí para hacer tribuna al bunde, una expresión folclórica endémica. Es una parte del abanico cultural del Chocó y convive con la chirimía y el currulao. Sin embargo es una manifestación explosiva, multitudinaria un grito de alegría que no cesa al compás de los tambores y un clarinete que en Colombia es hijo de la flauta de millo.
Numerosas canciones del repertorio del litoral, que son cantos de folclor lúdico o rondas de juego, se bautizan con el nombre de bundes: “El chocolate”, “El punto”, “El trapicherito”, “El florón”, “El pelusa”, “Jugar con mi tía”, “Adiós tía Coti” y “El laurel”.
Pero el bunde de hoy tiene otra dimensión es más energético y sin escapar de su formación ancestral, al hacer presencia, una fiesta estruendosa da comienzo y la alegría toma las calles con el ánimo de quien puede gritar y bailar por un siglo.