Seis siglos atrás, en la Europa de la Peste Negra, con nada de información científica alrededor los dilemas morales fueron apagados por el miedo. La muerte galopaba. Las familias abandonaban a sus parientes enfermos en cuartos para dejarlos morir sin escuchar sus quejidos. Los monjes religiosos obligados por su fe desertaron en su mayoría.
La yersinia pestis mostró a los más jóvenes en vitrales lo efímero de la vida. Con esas imágenes en la mente los más osados “decidieron tomar la opción de vivir con exceso de placeres. Gozaron de abundante bebida, comida y practicaban orgías que se prolongaban por días. Su pensamiento era que la vida era corta, la muerte inminente y había que disfrutar la breve estancia en la tierra. Este tipo de pensamiento marcó un cambio social muy interesante, pues muchos se preguntaban ¿qué pecado humano ameritaba un castigo divino de tal magnitud?”.
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Al parecer la juventud del siglo XIV tiene pocas diferencias con la que en posta asume su momento en la actual Filadelfia en Pensilvania. Fiestas clandestinas, cierres de calles, alcohol, drogas, sexo, exceso y desafíos constantes. Al grupo de muchachos que van de los 20 a los 24 años ya les llegó la obstinación por el encierro recomendado por la pandemia.
El peso del conocimiento
Las similitudes entre los jóvenes de los que narró Giovanni Boccaccio durante la caída epidémica de Florencia, Italia, y los precoces adultos que habitan hoy la Ciudad del Amor Fraternal, pueden hallarse con facilidad: Son retadores, aun corre por su psique la creencia de la invulnerabilidad y están dominados por las pasiones.

Sobre el qué pasa con los adultos jóvenes de Filadelfia que no se toman en serio el coronavirus escribieron recientemente las periodistas Michaela Winberg y Ximena Conde, dos extraordinarias cronistas que están en el equipo editorial de Billy Penn.
Ambas se echaron a las calles para ser testigos de la arrogancia de la juventud y la ceguera que no les genera preocupación ante la posibilidad de transformarse en vectores que lleven la enfermedad a sus hogares y ocasionen los seres “aparentemente queridos”.
También hicieron apuntes sobre las posturas de dos minorías étnicas que son blancos del Sars-Cov-2, un grupo poblacional que está pagando con su vida las desventajas de ser pobres en la nación más poderosa del mundo.
Las líneas emocionales
El trabajo de Winberg y Conde anotó las voces activas de entrevistados quienes estaban atados a un hilo conductor común: “Somos testarudos” (…) “Nos gusta hacer lo que queremos hacer”. Su sensación de “inmortalidad” deriva de la información en la que se indica que tienen más probabilidades de sobrevivir que los mayores si se contagian con el virus, y muchos parecen dispuestos a correr el riesgo.

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A mediados de agosto, los habitantes de Filadelfia de entre 20 y 34 años constituían aproximadamente el 30% de los nuevos casos de coronavirus en la ciudad. Los jóvenes son ahora vectores. “La gente está muriendo por ello. Eso debería bastar para que quieras detenerte a pensar a quién podrías exponer”.