Hace 157 años, en las montañas del oeste puertorriqueño, resonó un grito que trascendió el tiempo. Era el 23 de septiembre de 1868 y el pueblo de Lares se convirtió en escenario de un acto de valentía que, aunque breve, marcó para siempre la historia de Puerto Rico. El Grito de Lares fue mucho más que una insurrección fallida; fue el despertar de una conciencia colectiva, el primer intento formal por proclamar la independencia de la isla y el inicio de una narrativa de lucha que aún late en la memoria nacional.
El movimiento fue fruto de la visión de un grupo de hombres y mujeres que soñaban con una patria libre. Entre ellos se destacó Ramón Emeterio Betances, médico y reformista que, desde su exilio en la República Dominicana, articuló las ideas que alimentaron la insurrección. Sus proclamas, conocidas como los “Diez Mandamientos de los Hombres Libres”, exigían la abolición de la esclavitud, la libertad de palabra, el derecho al sufragio universal, la igualdad de todos ante la ley y, sobre todo, el fin del yugo colonia español. Betances no solo fue estratega político, sino también un inspirador moral de toda una generación que anhelaba un país distinto.
En la isla, la organización del levantamiento recayó en Manuel Rojas, hacendado y ferviente separatista responsable de coordinar a cientos de combatientes. Junto a figuras como Mathias Brugman, Segundo Ruiz Belvis y la valiente Mariana Bracetti, quien confeccionó la primera bandera revolucionaria. La fecha original del alzamiento era el 29 de septiembre, pero la amenaza de que las autoridades descubrieran el plan obligó a adelantar la acción para la madrugada del 23.
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Esa noche, cerca de 400 insurrectos se congregaron en la hacienda de Rojas. Con machetes, escopetas de caza y lanzas improvisadas, marcharon hacia el pueblo de Lares. Allí tomaron el ayuntamiento, proclamaron la República de Puerto Rico y desplegaron la bandera que simbolizaba la esperanza de un futuro libre. Fue un momento efímero, pero cargado de dignidad pues por primera vez se habló de Puerto Rico como nación.

La alegría duró poco. Al día siguiente, en San Sebastián del Pepino, las tropas españolas detuvieron a los rebeldes. El movimiento fue sofocado y muchos de sus protagonistas encarcelados. Sin embargo, el sacrificio de aquellos hombres y mujeres no fue en vano. El Grito de Lares no logró liberar a Puerto Rico, pero sí encendió una llama que nunca se ha extinguido. Desde entonces, la fecha se convirtió en símbolo de resistencia y orgullo nacional.
Hoy, a 157 años de aquella gesta, el pueblo de Lares mantiene viva la memoria conmemorando cada 23 de septiembre como un día de historia y reflexión. En su plaza pública y en la Casa Museo del Grito de Lares, se realizan actos solemnes, conferencias académicas, encuentros culturales y presentaciones artísticas que evocan el legado de Betances, Rojas y Bracetti. Grupos políticos y organizaciones comunitarias también se dan cita para recordar que aquel grito no fue un eco aislado, sino un llamado que todavía interpela al presente.
El Grito de Lares no pertenece únicamente a los libros de historia. Es un recordatorio permanente de que la libertad, la justicia y la dignidad son conquistas que deben reclamarse generación tras generación. Representa la valentía de un pueblo que, aun frente a la adversidad, se atrevió a soñar con un futuro distinto.

































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