A la generación de la centuria le es difícil entender que sus tatarabuelas tuvieron que luchar por el derecho al voto. Tal vez si comprendan que temas como la desigualdad en los salarios, anticonceptivos, derecho al aborto y paridad en la vida política tengan banderas rojas. Tras un siglo de avances son reivindicaciones, que aunque medianamente alcanzadas, aún siguen como una piedra en el zapato.
A simple vista la gente en la sociedad observa cómo la mujer es utilizada por los mercados. Es notable el diseño que la obliga a plegarse a estándares. Está expuesta a una presión superior en la que en ocasiones la carga de la prueba recae en ellas como agredidas.
Uno de los estereotipos más poderosos hace que su par género la vea como una propiedad. De esa raíz cultural se alimenta el monstruo del feminicidio. De esa savia venenosa se engendran los hijos sin padre. Y a las mujeres les va mucho peor si son afrodescendientes, indígenas o latinas.
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Olivier Thibault de la AFP realizó un reportaje que tituló “Un siglo de avances en los derechos de las mujeres”. Sin embargo en la auditoría no se indica que las desigualdades comenzaron con las cosmogonías de la creación. No obstante si fue acucioso en mostrar que algunos derechos, como el del voto, en Portugal tan solo tiene 47 años.
Tras un siglo de avances
Tras un siglo de avances los derechos de las mujeres han evolucionado, aunque las desigualdades persisten. Hace un poco más de 100 años las mujeres carecían de identidad. No eran ciudadanas. No podían tener propiedades. Estaban supeditadas a la institución del matrimonio. El Estado las perseguía si amaban a un hombre de piel distinta o diferente credo. No podían elegir ni ser elegidas. A duras penas podían ser educadas en las escuelas.
De allí que se comprendiera que el asunto que las tenía atrapada era un problema político. Las primeras en entenderlo fueron las sufragistas y de allí su preponderancia. Si eres capaz de elegir, puedes lograr cambios. Y si eres sujeto de elección, el cambio lo podías llevar con tus propias manos a la ley.
El derecho al voto
Narra el periodista francés que en 1893, Nueva Zelanda se convirtió en el primer país en acordar el voto para las mujeres. Australia le sigue a principios del siglo XX, pero únicamente para las mujeres blancas. Los aborígenes, hombres y mujeres, no disfrutarán de este derecho hasta los años 60. De allí que las búsquedas tras un siglo de avances aun parecen nimias.
En 1906 Finlandia se convierte en el primer país europeo en aprobar el sufragio universal sin distinción de sexos. Le siguen Rusia en 1917, el Reino Unido en 1918 y Estados Unidos en 1919. Salvo las mujeres afroamericanas que, al igual que los hombres tendrán que esperar hasta 1965 y el Voting Rights Act.
En América Latina, Uruguay fue el primer país en permitir el voto de las mujeres, en 1927. Ocurrió en un plebiscito en el pueblo de Cerro Chato, un derecho reconocido en los años 30 por el Parlamento. Ecuador, en 1929, se convierte en el primer país de América Latina que pone en práctica el sufragio femenino en unas elecciones.
Siguieron Puerto Rico (1932), Brasil (1934) y Cuba (1939) y ya en los años 40 El Salvador, República Dominicana, Panamá, Guatemala, Argentina y Venezuela.
Las más rezagadas
Tras un siglo de avances no hay que olvidar a las rezagadas. En España, las mujeres acudieron por primera vez a las urnas en 1933. En Francia, las mujeres tienen que esperar hasta 1944 para poder votar. Suiza concede el voto a las mujeres en 1971 y en Portugal hubo que esperar a la “revolución de los claveles” de 1974 para que este derecho fuera un hecho.
En los años 90 y 2000, las monarquías del Golfo acuerdan progresivamente el derecho al voto a las mujeres, comenzando por Omán en 1994.
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Hasta la fecha el reconocimiento de género y el voto son logros concretos. Siguen oprimidas por el estado patriarcal. A la mujer le hace falta más tiempo y voluntad para seguir la pelea. Cada 8 de marzo no solo se festeja, con la fecha se recuerda que el fin de la lucha aún está lejos.