Una de las cosas que más extrañamos como inmigrantes es la música demuestras tierras. A partir del 16 de diciembre en muchos de nuestros países se hacen posadas. En Colombia se hacen las novenas hasta la víspera de Navidad. Esas tradiciones nos llevan de casa en casa, con vecinos, familiares y amigos a cantar villancicos, a compartir comida y vino y a veces a bailar. Todo que hace falta para que visita se convierta en una fiesta es que alguien ponga música bailable. Para los niños lo más importante de la temporada es la llegada de Papa Noel, cargado de regalos. Una amiga colombiana dijo recientemente en mi programa de radio La Mesa Redonda, que su familia era tan pobre que lo único que su madre compraba era ropa como regalo de Navidad.
Sirve su memoria para recordarnos que lo más importante no es que nos llenemos de regalos o que tengan que ser caros los regalos. Más vale le gesto de amor y generosidad que el dinero gastado en complacernos. La verdad es que a pesar de la comercialización de las fiestas todavía lo que más nos importa es el poder compartir con nuestras amistades y familia. Por alguna razón en esta época del año también me viene a la memoria el cielo estrellado de aquellos días de mi juventud cuando se podían ver más claramente las estrellas en el firmamento. Ahora los astros se esconden tras las luces urbanas. Las costumbres de otros países nos ayudan a ilustrar como se puede celebrar de miles de modos. En Lituania nadie puede abrir un regalo hasta que recite un poema y en Australia la nariz roja es de un canguro. En nuestros países el aire se llena de música y las memorias de antaño nos alegran el corazón.