El ruido seco de los casquillos detonados es habitual en los vecindarios pobres de los Estados Unidos. Los muertos a cuenta gotas en la Unión tienen una marca de 7,8 homicidios por cada 100 mil habitantes. Este dato es de 2020, y proviene de Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Sin embargo esos difuntos “no venden periódicos”.
Con pretensiones gráficas, podemos decir que el año pasado los homicidios ocasionados por la violencia cotidiana dejaron casi 20.000 muertos. Nueva York, Los Ángeles, Dallas, Houston, Washington, Filadelfia. En todas las grandes urbes se incrementaron las muertes violentas el año pasado según la GVA. Muchos aseguran que la pandemia fue un catalizador. Sin embargo la curva entre 2019 y lo que va de 2021 muestra un regular comportamiento ascendente.
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Los puntos rojos en el mapa de Gun Violence Archive (GVA) hacen viruelas con fuerza al este y noreste de la nación. Asimismo se esparce, aunque con menor intensidad hacia el sur. Cada círculo bermejo es un trauma. De allí posiblemente se desaten “vendettas”. Cada uno es pívot en el que gravitan las secuelas de la pobreza. En 2019 los caídos a balazos callejeros casi sumaron los 16 mil. En 2020, según proyecciones basadas en datos del FBI, podrían ser 4 mil más que el año pasado.
La densidad de este drama luctuoso está asentada en oficinas públicas y privadas. Sin embargo basta que ocurra un tiroteo masivo para que los medios de la nación trastoquen las perspectivas. Pasan a primer plano las teorías conspirativas. Los odios no dejan que la nación dialogue. La conmoción despierta el manido guion con el que se demandan leyes para el control de armas.
Muertos a cuenta gotas
Luego quedan las vigilias. Las conmemoraciones de aniversarios. Los recuentos para los anuarios. Mientras cualquier sacudida intempestiva es excusa para retirar los fondos que se usan para controlar la violencia cotidiana. Esa que pone en las morgues la mayor cantidad de muertos en los Estados Unidos.
Las masacres de Atlanta y Colorado recientemente perpetradas eclipsaron la mirada nacional. La primera motivó el hashtags “StopAsianHate”. De los ocho muertos en el Spa de Georgia, seis eran de origen asiático. La matanza en Colorado aún carece de teoría conspirativa, pero el manto de la “enfermedad mental” servirá de genérico para una explicación.
Las muertes a cuenta gotas son más que las que resultan de los tiroteos masivos. Una vieja definición cualifica a estos sucesos. Son aquellos donde un mismo perpetrador, asesina a más de cuatro personas. La ONG Gun Violence Archive tiene el siguiente registro para este tipo particular de sucesos. En 2019 hubo 250 muertos en tiroteos masivos. Dos de ellos fueron emblemáticos. El de El Paso, Texas, que dejó 20 muertos y 26 heridos. Trece horas después se produjo otro tiroteo en Ohio.
Según una nota de The Gardian, en 2020 durante exactamente un año durante la pandemia, Estados Unidos no vio ni un solo tiroteo masivo público de alto perfil. No obstante de acuerdo a proyecciones del FBI murieron en lances callejeros unas 20 mil personas.
No hay comparación
De acuerdo a las académicas Michael Rocque y Stephanie Kelley-Romano, del Bates College hay una explicación. Los catedráticos trabajan para esa universidad privada de artes liberales ubicada en Lewiston, Maine.
“Todas las teorías de la conspiración son intentos de dar sentido a eventos incomprensiblemente aterradores. Si un tirador solitario, sin un motivo claro, puede acabar sin ayuda con la vida de 60 personas e hiriendo a cientos más, ¿hay alguien realmente a salvo?”.
Esa sensación crea un fenómeno cultural en los Estados Unidos. Un país que cambia la mirada a lo sensacionalista y descuida lo cotidiano. Deja de lado los muertos a cuenta gotas que se hacen millares año tras año, para ocuparse de lejanías.
“Las encuestas han demostrado que las personas se preocupan mucho por los tiroteos masivos. Más del 30% de los estadounidenses dijeron en 2019 que se negaban a ir a lugares particulares. Se referían a eventos públicos o al centro comercial por temor a que les dispararan”.
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Sin embargo estadísticamente es más probable morir paseando al perro. En una parada de autobuses o en una calle cualquiera. Y como difuntos, los ajenos a la querella no gozarán de una teoría de conspiración que reconforte a los deudos o a la sociedad. Serán solo un “daño colateral” por un enfrentamiento de pandillas, o una víctima casual durante un robo a una tienda de abarrotes. Podría ser simplemente alguien que estuvo en la línea de fuego mientras desde un auto en movimiento esparcían balas, los plomos que están por crear una arruma de muertos 25% más grande que la de 2020, según como van los datos de la violencia cotidiana en esta nación.